JOSE SANCHEZ ROJAS
Cuenta Bell en su preciosa monografía sobre la historia del Renacimiento español, que cuando el Padre Francisco Vitoria explica sus lecciones de derecho de gentes en la Escuela, y Fray Luis de León profesa de agustino y acude a las aulas en los primeros cursos, se inicia el arte plateresco en la roja ciudad del Tormes. Se labran entonces las fachadas de Sanctí Spíritus, de San Esteban y de la Catedral nueva: acaban de decorar Monterrey y se construye esta casa de los García Grandes llamada después de los Garcigrandes por haberla adquirido los Espinosas, que llevan aún en nuestros días el vizcondado de este nombre, en plena calle de Zamora, á la vera del corazón de la ciudad. Esta preciosa, casa plateresca, con sus escudos, sus ventanales, su portal y sus graciosos medallones, coge ya á Salamanca en pleno Renacimiento. Seria curioso estudiar, siguiendo las indicaciones del notable investigador de la vida y obras de Fray Luis de León, estudiar si en Salamanca fue el cuadro antes que el marco o éste primero que aquél. Se plantearía así el curioso problema de si el ambiente de la Escuela forjó el de la urbe, ó el de le urbe el de su estudio. Posiblemente, las dos transformaciones son coetáneas y paralelas, y obedecen al mismo ritmo espiritual de las gentes. El precioso balcón esquinado de este palacio y la ventanita del plano inferior, situadas en el lienzo lateral, hoy profanado por canalones y palomillas, sus hermanosgemelos de otros huecos de casas contemporáneas. El gótico se va asalmantinando, hasta que asoma el plateresco en toda su pujanza. Y el plateresco es el comentario que hace la piedra, obediente y roja, á las inquietudes renacentistas de la ciudad. Solamente ante estos primores pueden escribirse la oda á Salinas sobre la música y las páginas admirables de La perfecta casada. Se adivina que, fatalmente, necesita de este escenario el agustino para forjar los jalones de su severidad espiritual.
Y hasta que estos palacios no se levantan por todos los barrios de la ciudad, hasta que no se termina el artesonado de Sancti-Spiritus, hasta que los dominicos —enemigos naturales en la Escuela de los agustinos— no acaban su solemne morada de San Esteban, hasta que los arquitectos y decoradores no dan fisonomía á las portadas de la Catedral y á los dragones y quimeras de las cornisas de Monterrey, Salamanca no sabe comenzar una vida intensa e inquieta en su estudio. Salamanca cuenta ya con diez mil escolares y toda la ciudad es una prolongación de su Academia. Estos palacios se construyen para que los habiten estudiantes ricos, seguidos de su corte de capigorrones hambrientos que tapan con sus capas cortas le parvedad y sutileza de sus vestidos y muestran en la cuchara del chapeo la necesidad de comer caliente antes de filosofar despacio. Y en Salamanca pudo el lazarillo engañar al ciego; hurtándole vino de la bota, tapando con bolitas de cera los remiendos de la bota. De un lugar cercano á Salamanca hace proceder Cervantes á Cortadillo, rey de le tahurería y príncipe del robo y de la martingala. La Escuela es también refugio de la picaresca, y sus estatutos son tan democráticos y tan tolerantes, que todo el mundo tiene derecho á penetrar en las aulas, á contender con los maestros y hasta á fingirse escolar, oficio que tiene más privilegios que obligaciones. El que sabe tañer una vihuela ó soplar en una gaita zamorana, instrumentos que tanto temía aquella tía fingida de la donosa Esperancita, no necesita de otras habilidades para justificar su oficio. Estas casas grandes, como los Colegios, como los Conventos, habitados también por estudiantes de mejor condición, sin su cocina al aire libre en los días inciertos. No se consume más carne que la de carnero en la ciudad, y las truchas del Tormes y las alubias de Arévalo, y no digamos nada de las famosas empanadas del figón ó tasca del Humilladero, son manjar reservado para los titulares de los Colegios Mayores y para los hijos de los magnates. El sol de Salamanca, que dora y enrojece le piedra de le casa de los Carcigrandes, es el mejor remedio para tantos males. Muchas veces es una mujer, la que por oír en buen romance una sátira de Marcial ó un canto suave del cisne de Mantea, socorre al necesitado.
La casa de los Garcigrandes aparece en Salamanca cuando su Estudio vierte su espíritu renacentista é inquieto por toda la ciudad. Se alza en una preciosa plazuela salmantinísima y traza las elegancias platerescas al barrio de los labradores y forzados de la tierra. Este palacio, como casi todos sus hermanos, se ha ido plagando de mal humor á las necesidades de los tiempos. Abandonado de sus dueños, fue casa de banca y hoy sirve de abrigo á varios vecinos á la vez, Pero no ha logrado perder se prestancia y su alegría y desde la mañana á la noche recibe los besos y las caricias del sol, que lo ha dorado y enrojecido. Caminando hacia el centro de la ciudad, hacia le Plaza, súmanse ya la zona barroca y churrigueresca de la ciudad, que tiene también su encanto. En la ciudad del Tormes, los arquitectos de las postrimerías del siglo XVII y del siglo XVIII no saben estar ociosos, y sus labores detallistas, cargadas y opulentas, conciertan con el tono burlón de don Diego de Torres Villarroel, y con las trovas artificiales de los Arcades bobos que debaten en el zaguán endiablados diálogos de amor libresco y de galantería forzada con sus Cloris fingidas y sus Batilos no menos fingidos y engañosos.
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