Atendiendo la sugerencia de un@ de l@s habituales comentaristas, reproducimos a continuación “El Lazarillo de Tormes en Alba”, recreación literaria en la que su autor, Ángel González Pérez, especula con una imaginaria estancia del Lazarillo en Alba de Tormes para describirnos la configuración de la villa y sus gentes en el siglo XVI.
Agradecemos a Ángel las facilidades que nos ha brindado para incorporar a Entre el Tormes y Butarque este relato cuya lectura ya nos dejó un especial regusto cuando lo encontramos publicado en el libro-programa de fiestas del año 1998, y del que ahora hemos vuelto a disfrutar.
El Lazarillo de Tormes en Alba
por Ángel González Pérez
“Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo... Y vinimos a este
camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos”.
(Lazarillo de Tormes, TRATADO PRIMERO)
camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos”.
(Lazarillo de Tormes, TRATADO PRIMERO)
De la lectura atenta de “LA VIDA DEL LAZARILLO DE TORMES” se puede deducir una parte del itinerario seguido por el pícaro desde su salida de Salamanca —pasando por Almorox, Escalona, Maqueda y Torrijos— hasta su asentamiento definitivo en Toledo.
Sucede que recientes investigaciones encaminadas a estudiar la correspondencia que mantuvo el Gran Duque de Alba don Fernando Álvarez de Toledo con el duque de Escalona don Diego López Pacheco, han sacado a la luz un curioso pleito que enfrentó a ambos duques sobre si Lázaro, en su viaje hacia Toledo, pasó por Alba de Tormes o si por el contrario tomó algún otro camino. Para poner fin a esta controversia, el de Alba solicita al anónimo autor del libro1 que intervenga y aclare este embrollo.
Partiendo de estas investigaciones y después de muchos trabajos y fatigas, hemos tenido la fortuna de rescatar de la humedad, del polvo y del olvido, esta carta que narra la estancia del pícaro en Alba de Tormes, dando fin de una vez y para siempre a las disputas de los duques.
No ha sido fácil recomponer el deteriorado manuscrito que contiene este relato, ya que algunos pasajes estaban prácticamente borrados y eran, por tanto, ilegibles, con lo cual se ha tenido que interpretar y enmendar en parte su contenido. En cualquier caso, el resultado final es como sigue:
Sucede que recientes investigaciones encaminadas a estudiar la correspondencia que mantuvo el Gran Duque de Alba don Fernando Álvarez de Toledo con el duque de Escalona don Diego López Pacheco, han sacado a la luz un curioso pleito que enfrentó a ambos duques sobre si Lázaro, en su viaje hacia Toledo, pasó por Alba de Tormes o si por el contrario tomó algún otro camino. Para poner fin a esta controversia, el de Alba solicita al anónimo autor del libro1 que intervenga y aclare este embrollo.
Partiendo de estas investigaciones y después de muchos trabajos y fatigas, hemos tenido la fortuna de rescatar de la humedad, del polvo y del olvido, esta carta que narra la estancia del pícaro en Alba de Tormes, dando fin de una vez y para siempre a las disputas de los duques.
No ha sido fácil recomponer el deteriorado manuscrito que contiene este relato, ya que algunos pasajes estaban prácticamente borrados y eran, por tanto, ilegibles, con lo cual se ha tenido que interpretar y enmendar en parte su contenido. En cualquier caso, el resultado final es como sigue:
DE CÓMO LÁZARO CUENTA SU PASO POR LA MUY NOBLE VILLA DE ALVA Y DE LOS SUCESOS QUE ALLÍ TUVO Y OTRAS COSAS
Ruega Vuestra Merced se le escriba y dé cuenta muy por extenso de cómo encaminé mis pasos al salir de Salamanca. Pues yo le digo que fue desta manera: que en llegando a un sitio que llaman de La Serna, de la cual salen dos caminos, paróse el ciego de mi amo un momento y díjome:
—Lázaro, hijo, no vayamos por el camino real de Madrid; tomemos este otro que lleva a la muy noble y nombrada villa de Alva por haber allí feria2 do veremos la manera de proveemos y con qué sustentarnos; el lugar dista unas cuatro leguas y si avivamos el paso a buen seguro llegaremos mañana.
Puestos ya en camino el ciego me instruyó enseñándome unos romances sobre el infelice de don Bernaldo del Carpio, en cuyo lugar así llamado mandó hacer el tal Bernaldo un castillo y díjome que venían mucho al cuento estos cantares, por ser gratos a los oídos de las gentes escuchar tales hazañas que daban gloria y fama a aquellas tierras. Con estas y otras razones, con las cuales no quisiera importunar a Vuestra Merced —que no las guardo todas en la cabeza ni maldita la gracia que me hacía oírlas, que con tales razonamientos se me avivaba el dolor, que todavía me duraba, por la gran calabazada que me dio contra el toro el hideputa del ciego— con estas y otras razones, digo, llegamos a Alva y no de noche.
Pues sepa Vuestra Merced que cuando ví por primera vez la villa, lñenáronseme de lágrimas los ojos por tener tanta semejanza con Salamanca y en un punto estuve de volverme atrás con los míos mas luego me alegré de no hacerlo, que éstos de Alva tienen fama —y no mal ganada— de ser gente hospitalaria.
Y pues se me pide entera noticia de mi paso por este lugar, digo que Alva está muy bien cercada de muros y torres muy espesas de grande altura y grosedad y de muy buenas formas y es sobre un collado junto al río y a entrambas orillas hay una vega que abunda en ricos y verdes prados y huertos y alamedas y es su hermosura tal que no es para descripta por esta mi grosera pluma, que ya fue loada en graves y sonoros versos por el gran Garci Lasso, el soldado y amigo de su Excellencia don Fernando.
Antes de cruzar a la otra orilla nos encomendamos a la de la Guía, que es madre y señora de peregrinos y caminantes y como pasamos la puente, ví en medio della una como cuesta que baja al río que dice mi amo que es para abrevadero de las bestias que allí paran antes de entrar o salir de la villa, la cual tiene a la entrada una puerta que llaman “del Río” y otras más hasta un total de cuatro puertas con sus arcos3. Dentro del río hay algunas barcas con sus pescadores, el cual oficio es muy loado en este lugar por ser el más cristiano de cuantos en el mundo son; hay también aceñas y molinos y de que ví todo esto, volvióme el agua a los ojos por ser todo tan allegado a mí, que el Tormes es como el vientre que me parió y do yo nascí.
Digo más: hay un oficio artesano que es muy proprio de estos albanos o albanios o albenenses y es el de alfarero, que es un arte que da mucha honra y fama y riqueza a la villa, por hacer los tales maestros alfareros unas endiabladas formas y retorcimientos con el barro que llaman ‘filigranas” y es por esto que sus vasijas y cacharros son muy codiciados de todos y admirados en Nápoles y hasta en Flandes.
Y dejo a pescadores y molineros y alfareros con sus fatigas y a sus mujeres y lozanas mozuelas lavando en el río que entramos en Alva, la cual no era sino un hervidero bullicioso de gentes en derredor de su feria, que dicen es la más importante de toda Castilla y aún de Extremadura y así debe ser por la abundante mercaduría que allí había, que en ciento y un años que viva nunca veré por en junto tanto manjar de escama, de pelo y de pluma, ni tantas zarandajas4 ni adobos ni cocimientos, Y fue ver y oler tanta abundancia que las tripas empezaron a reñir y nos a bailar por los retortijones y calambres de la mucha hambre que teníamos, con lo que fuímonos presto a trotar las empinadas y estrechas callejuelas y por las plazas pidiendo limosna y a las puertas de las iglesias a decir rezos y oraciones y fue desta manera que tuve sobrado conocimiento de la villa.
Y porque sepa Vuestra Merced que digo verdad y que lo guardo en la memoria todavía, diré que Alva tiene su barrio de Tenerías y una Judería —en la que no quedan sino algunos conversos que son tenidos por falsos cristianos porque no sirven a los Tercios del Duque— y algunas plazas, que son: la Mayor o Real —con unos portales para guardarse del granizo en invierno y del sol en verano y es donde se hace Concejo y unas corridas de toros con pólvora y fuego que dan mucho espanto—, del Mercado, de la Leña y de Carboneros, el cual oficio es también muy del lugar por haber en los montes de Alva muchas encinas que los tales queman y hacen una cosa negra que llaman “cisco”, que es para calentar las alcobas y aposentos —y aún las posaderas— cuando arrecia el frío de las sierras de Béjar y de Ávila.
Y se alegrará Vuestra Merced en demasía si digo que hay en Alva tantas iglesias y conventos y monasterios que parescía que todos los sanctos y apóstoles hubieran caído del cielo para juntarse en este sitio, a saber: iglesias de Sant Gerbasio, de Sant Andrés, de Sancta María de Serranos, de Sant Salvador, de Sant Martín, de Sancto Domingo, de la Sancta Cruz, de Sant Estevan, de Sant Miguel, de Sanctiago Matamoros, de Sant Juan y de Sant Pedro; y conventos de Franciscanos, de Sant Silvestre, de Hierónimos o de Sant Leonardo, de Duennas o de Sant Benito, de Terceras de Sant Francisco o de Sancta Ysabel y otro que dicen de Carmelitas Descalzas y que están haciendo por obra y gracia de una monja andariega que va por estos lugares fundando y reformando conventos y desairando el dogma de Trento.
Holgábase el astuto ciego al punto que olió tanta sanctidad y tanta cera y incienso rancio y díjome:
—Mozo, mira que éste debe ser lugar de no poca caridad y a buen seguro no ha de faltarnos con qué engordar el fardel, porque has de saber una cosa: que la caridad y la hipocresía van siempre de la mano de los más devotos, los cuales gustan de hacer ostentación no sólo de su fe pues también de su honra y riquezas.
“!Cuánta verdad decía mi amo, porque aquí aprendí que es costumbre muy complaciente a todo cristiano viejo dar limosna para ganarse el cielo y más aún, por sentirse que están por encima de otros que son más bajos que él!”
Era tal la buena acogida que avíamos destas buenas y dadivosas gentes que nunca quisiera yo salirme de Alva, que en el tiempo que allí paramos siempre tuvimos grande hartura en este difícil oficio que es comer.
Y acuérdome agora muy de grado de las monjas benitas y de sus almendras, que eran como sospiros celestiales, hechas muy en secreto y con mucha devoción y que llaman “garrapiñadas” por ser tostadas con dulce azúcar, que en ninguna otra parte he vuelto a catar ni cataré jamás una golosina tan de buen gusto y de tan delicado sabor.
Y ya con la boca hecha toda agua acuérdome también de los maestros pasteleros y de sus divinas obras, que Dios tenía que andar entre ellas de lo muy gustosas que son y es por esto que los tales son tenidos en grande estima de todos: ricos y pobres y nobles y villanos, que todos han catado las más veces esos robustos hornazos y esas deliciosas yemas y esos altivos merengues y de su ingenio singular han sacado un pastel muy propio para honra del gran Fernando y que llaman “polvo del duque”.5
Otra cosa que no ha de caer en saco roto ni menos en olvido es el palacio o castillo, en cuya morada se solazan y reposan el Gran Duque y toda su refinada Corte; y es que el tal palacio es de muy buen gusto y riqueza, que tiene la portada toda labrada en finas labores a semejanza de las del Estudio de Salamanca. Y dicen que su Excellencia está engalanando el palacio por dentro con mármoles y tapices traídos desde Italia hasta aquí en ciento y cuarenta carros. Cabe el castillo hay un hermoso paseo de invierno que dicen “Terrero” y hacia el río otro paseo que dicen “Espolón” para esparcimiento de los duques y de todos sus cortesanos.
La fama y esplendor que la Corte tenía era tal, que sus costumbres y maneras salían de palacio y eran imitadas de buen grado por todos en eso que llaman el arte de la cortesía. Y con esto, acuérdome de un suceso que, como inocente mochacho que entonces era, no se me alcanzaba al entendimiento, y es que oía a las gentes de la villa decir saludos desta condición: “beso las manos de Vuestra Merced” o “beso los pies de Vuestra Señoría”.
“Muy grande asco ha de ser —pensaba yo— que con las manos limpiamos las narices y nos limpiamos la legaña y nos rascamos la sarna y aún nos servimos dellas en una cosa que no es para decir a viva voz; cuanto a los pies no se puede negar sino que la mayor parte andan sudados y traen largas las uñas y están llenos de callos y andan cubiertos de polvo y cargados de lodo. Con esto, juro que más quisiera unas manos y pies de puerco comer que los pies y manos de ningún cortesano besar”.
Y yo, necio de mí, no entendía tanto besamanos y besapiés.
Con todo lo relatado hasta el momento Vuestra Merced podrá hacerse una idea bien cierta de la grandeza desta villa y yo no salía de mi asombro, que en el tiempo que allí estuvimos ví pasar a gentes de toda clase y condición: campesinos y labradores y buhoneros y carreteros y artesanos y aprendices y hidalgos y escuderos y escribanos y estudiantes y muchas mujeres —honestas y recatadas unas, otras livianas y no de tanta modestia— y todo un enjambre de pordioseros y ganapanes y vagamundos y holgazanes y bellacos y rufianes que hasta aquí llegan como moscas cojoneras al revuelo de la Corte por picar algo de lo que en ella se cuece. Y por encima de todos, clérigos y soldados son los más, por lo que Alva es nombrada “villa mística y guerrera”, que con dar tres pasos de continuo ora topas con una cruz ora con una espada.
Y por dar cobijo a esta plaga de gentes que aquí anidan como polilla en ropa buena, cabe decir sin tardanza que anda sobrada la villa de tabernas y figones y mesones y posadas y no faltan las mancebías y burdeles o casas de rameras —que así dicen los deste lugar por el ramo que las daifas6 colocan encima de la puerta— para consuelo y alivio de frailes hartos de abstinencia y soldados necesitados de valor.
Con este condimento tan variado y de tanta substancia cógese enseguida el gusto por la villa, que guiso de tan grato sabor no es fácil de olvidar cuando se ha estado unos días en este maravilloso y bien aderezado lugar; y es que la vida callejera en Alva resulta ser una fiesta para la vista, un jolgorio para el oído y diversas sensaciones —no todas buenas— para el olfato.
En esta ilustre escuela que mil cosas me mostraba, yo procuré ser en todo punto discípulo aventajado y confieso a Vuestra Merced, no sin sonrojo, que aquí me gradué en la sciencia del naype, del morapio y del fornicio sin esforzarme una nonada.
Pues han de saber todos los que leyeren el modesto relato de mi vida, que fue en la insigne villa de Alva do yo aprendí con astucia y maña el manejo de naypes y dados que es vicioso entretenimiento destas gentes, a cuyo juego entregan su tiempo y sus energías y sus ganancias y como arriesgan lo proprio por arrebatar lo ajeno, las más veces no acaban sino en juramentos y blasfemias y riñas y hasta cuchilladas.
Aquí tuve tan buenos maestros en inventar fullerías y malas artes, que en pocos días híceme diestro tahúr y desde entonces la baraja fue mi religión.
Cuanto al vino no diré sino que en Alva son muy dados a catar con deleite tan preciado licuor, el cual corre por los gaznates y en más abundancia que agua tiene el Tormes; y acuérdome agora de un dicho que dice: “agua pa las ranas y vino p’al de Alva”. Y con esto digo todo, que aquí se bebe en todo momento y lugar: en las comilonas y fuera dellas, de día y de noche, en las sacristías y en las tabernas; y yo ví no ser tan malo esto del vino, que a todos pone por igual —altos y bajos— cuando se está lleno del tal y todos se sirven dél para su regocijo y aún para alivio de males y pesares.
Aquí me hice al vino hasta el punto que ya no me abandona ni yo le dejo, que somos uno para el otro y los dos lo mismo y tan es así que si me sangran a buen seguro sale “aloque”.7
Y en los días que paramos en la villa, mi amo determinó de visitar unas mujercillas con las cuales entramos en conversación; a mi levantábaseme el pavo y como notaran que era primerizo y que estaba florido todavía, mirábanme con lujuria al tiempo que palpaban mis ropas y pellizcaban mis enjutas carnes con gran alborozo, que estaban todas deseosas de mi rompimiento. Yo, que no había catado aún que la gloria está en la tierra y como no era un chupavelas ni tenía hecho voto de castidad, abandonéme a sus requerimientos. Pues sepa Vuestra Merced que fue en Alva la primera vez que vine en conoscimiento con manceba placentera, la cual me desfloró y mostróme al fin todo lo que un buen mozo ha de conocer; ésta hizo que nunca olvidara y que no pudiera prescindir más de lo que Dios puso entre mis piernas.
Pudiera decir a Vuestra Merced otras abundantes y sabrosas cosas desta noble villa, mas no está en mi ánimo alargar esta humilde carta, de mi torpe mano escrita, a la cual voy dando fin, que ya me duele el pulgar de sujetar con tanto ahinco la pluma.
Pero no puedo dejar de escribir sobre un dicho harto conoscido que las malas lenguas han aireado por todas partes y que dice: “guarda las gallinas que vienen los de Alva”. Con esto hay quien sostiene que los naturales de la villa no son sino ladrones y robagallinas al acecho por quitar las pertenencias de los que algo tienen, por la cual causa andan mohínos y afligidos, que tales burlas y calumnias tocan gravemente a su honra.
Y yo juro sobre la hostia consagrada ser del todo falso, que la razón deste infortunado dicho es:
Como en Alva para el Gran Duque por reposar de los afanes y heridas de la guerra, trae consigo a sus milicias que le sirven en todo momento y aquí hacen asiento hasta que tornan a los campos de batalla.
Con tanta soldadesca por mantener los campesinos son obligados, por ley, a dar alojamiento y proveer de alimentos a los Tercios, los cuales son muy aficionados a comer gallinas y capones y toda suerte de aves que, dicen, es la mejor comida para el guerrero —cosa que a mí no se me alcanza, que la carne de gallina engendra sangre cobarde— y con las plumas adornan los sombreros y otras veces las pintan de colores y es por esto que hay gran escasez de aves y gallinas en toda la tierra de Alva. Esta y no otra es la explicación más cierta del malhadado dicho tan conocido de todos.
Al cabo de unos días —y con gran pesar mío— salimos de la villa bien comidos y mejor bebidos y yo más adestrado en la carrera de vivir.
Antes de coger el camino de Toledo, pedí licencia a mi amo por visitar el monasterio de Hierónimos que está a medio cuarto de legua y ante la tumba de don García el de los Gelves pusímonos a decir unos rezos en favor de mi desdichado padre que en gloria esté8. Allí mesmo juré que yo nunca moriría de sed, al tiempo que palpaba con gran contento el pellejo todo repleto de vino que colgaba de mi espinazo.
Y acabo ya y por complacido me doy si esta humilde carta sirve para deleite de Vuestra Merced y aún porque pueda sacar della alguna cosa buena y de su gusto y provecho. Y deseando sobre todas las cosas que mi estancia en Alva venga a noticia de muchos y no se entierre en la sepultura del olvido. VALE.
Alba de Tormes.
Año de MCMXC VIII
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Ruega Vuestra Merced se le escriba y dé cuenta muy por extenso de cómo encaminé mis pasos al salir de Salamanca. Pues yo le digo que fue desta manera: que en llegando a un sitio que llaman de La Serna, de la cual salen dos caminos, paróse el ciego de mi amo un momento y díjome:
—Lázaro, hijo, no vayamos por el camino real de Madrid; tomemos este otro que lleva a la muy noble y nombrada villa de Alva por haber allí feria2 do veremos la manera de proveemos y con qué sustentarnos; el lugar dista unas cuatro leguas y si avivamos el paso a buen seguro llegaremos mañana.
Puestos ya en camino el ciego me instruyó enseñándome unos romances sobre el infelice de don Bernaldo del Carpio, en cuyo lugar así llamado mandó hacer el tal Bernaldo un castillo y díjome que venían mucho al cuento estos cantares, por ser gratos a los oídos de las gentes escuchar tales hazañas que daban gloria y fama a aquellas tierras. Con estas y otras razones, con las cuales no quisiera importunar a Vuestra Merced —que no las guardo todas en la cabeza ni maldita la gracia que me hacía oírlas, que con tales razonamientos se me avivaba el dolor, que todavía me duraba, por la gran calabazada que me dio contra el toro el hideputa del ciego— con estas y otras razones, digo, llegamos a Alva y no de noche.
Pues sepa Vuestra Merced que cuando ví por primera vez la villa, lñenáronseme de lágrimas los ojos por tener tanta semejanza con Salamanca y en un punto estuve de volverme atrás con los míos mas luego me alegré de no hacerlo, que éstos de Alva tienen fama —y no mal ganada— de ser gente hospitalaria.
Y pues se me pide entera noticia de mi paso por este lugar, digo que Alva está muy bien cercada de muros y torres muy espesas de grande altura y grosedad y de muy buenas formas y es sobre un collado junto al río y a entrambas orillas hay una vega que abunda en ricos y verdes prados y huertos y alamedas y es su hermosura tal que no es para descripta por esta mi grosera pluma, que ya fue loada en graves y sonoros versos por el gran Garci Lasso, el soldado y amigo de su Excellencia don Fernando.
Antes de cruzar a la otra orilla nos encomendamos a la de la Guía, que es madre y señora de peregrinos y caminantes y como pasamos la puente, ví en medio della una como cuesta que baja al río que dice mi amo que es para abrevadero de las bestias que allí paran antes de entrar o salir de la villa, la cual tiene a la entrada una puerta que llaman “del Río” y otras más hasta un total de cuatro puertas con sus arcos3. Dentro del río hay algunas barcas con sus pescadores, el cual oficio es muy loado en este lugar por ser el más cristiano de cuantos en el mundo son; hay también aceñas y molinos y de que ví todo esto, volvióme el agua a los ojos por ser todo tan allegado a mí, que el Tormes es como el vientre que me parió y do yo nascí.
Digo más: hay un oficio artesano que es muy proprio de estos albanos o albanios o albenenses y es el de alfarero, que es un arte que da mucha honra y fama y riqueza a la villa, por hacer los tales maestros alfareros unas endiabladas formas y retorcimientos con el barro que llaman ‘filigranas” y es por esto que sus vasijas y cacharros son muy codiciados de todos y admirados en Nápoles y hasta en Flandes.
Y dejo a pescadores y molineros y alfareros con sus fatigas y a sus mujeres y lozanas mozuelas lavando en el río que entramos en Alva, la cual no era sino un hervidero bullicioso de gentes en derredor de su feria, que dicen es la más importante de toda Castilla y aún de Extremadura y así debe ser por la abundante mercaduría que allí había, que en ciento y un años que viva nunca veré por en junto tanto manjar de escama, de pelo y de pluma, ni tantas zarandajas4 ni adobos ni cocimientos, Y fue ver y oler tanta abundancia que las tripas empezaron a reñir y nos a bailar por los retortijones y calambres de la mucha hambre que teníamos, con lo que fuímonos presto a trotar las empinadas y estrechas callejuelas y por las plazas pidiendo limosna y a las puertas de las iglesias a decir rezos y oraciones y fue desta manera que tuve sobrado conocimiento de la villa.
Y porque sepa Vuestra Merced que digo verdad y que lo guardo en la memoria todavía, diré que Alva tiene su barrio de Tenerías y una Judería —en la que no quedan sino algunos conversos que son tenidos por falsos cristianos porque no sirven a los Tercios del Duque— y algunas plazas, que son: la Mayor o Real —con unos portales para guardarse del granizo en invierno y del sol en verano y es donde se hace Concejo y unas corridas de toros con pólvora y fuego que dan mucho espanto—, del Mercado, de la Leña y de Carboneros, el cual oficio es también muy del lugar por haber en los montes de Alva muchas encinas que los tales queman y hacen una cosa negra que llaman “cisco”, que es para calentar las alcobas y aposentos —y aún las posaderas— cuando arrecia el frío de las sierras de Béjar y de Ávila.
Y se alegrará Vuestra Merced en demasía si digo que hay en Alva tantas iglesias y conventos y monasterios que parescía que todos los sanctos y apóstoles hubieran caído del cielo para juntarse en este sitio, a saber: iglesias de Sant Gerbasio, de Sant Andrés, de Sancta María de Serranos, de Sant Salvador, de Sant Martín, de Sancto Domingo, de la Sancta Cruz, de Sant Estevan, de Sant Miguel, de Sanctiago Matamoros, de Sant Juan y de Sant Pedro; y conventos de Franciscanos, de Sant Silvestre, de Hierónimos o de Sant Leonardo, de Duennas o de Sant Benito, de Terceras de Sant Francisco o de Sancta Ysabel y otro que dicen de Carmelitas Descalzas y que están haciendo por obra y gracia de una monja andariega que va por estos lugares fundando y reformando conventos y desairando el dogma de Trento.
Holgábase el astuto ciego al punto que olió tanta sanctidad y tanta cera y incienso rancio y díjome:
—Mozo, mira que éste debe ser lugar de no poca caridad y a buen seguro no ha de faltarnos con qué engordar el fardel, porque has de saber una cosa: que la caridad y la hipocresía van siempre de la mano de los más devotos, los cuales gustan de hacer ostentación no sólo de su fe pues también de su honra y riquezas.
“!Cuánta verdad decía mi amo, porque aquí aprendí que es costumbre muy complaciente a todo cristiano viejo dar limosna para ganarse el cielo y más aún, por sentirse que están por encima de otros que son más bajos que él!”
Era tal la buena acogida que avíamos destas buenas y dadivosas gentes que nunca quisiera yo salirme de Alva, que en el tiempo que allí paramos siempre tuvimos grande hartura en este difícil oficio que es comer.
Y acuérdome agora muy de grado de las monjas benitas y de sus almendras, que eran como sospiros celestiales, hechas muy en secreto y con mucha devoción y que llaman “garrapiñadas” por ser tostadas con dulce azúcar, que en ninguna otra parte he vuelto a catar ni cataré jamás una golosina tan de buen gusto y de tan delicado sabor.
Y ya con la boca hecha toda agua acuérdome también de los maestros pasteleros y de sus divinas obras, que Dios tenía que andar entre ellas de lo muy gustosas que son y es por esto que los tales son tenidos en grande estima de todos: ricos y pobres y nobles y villanos, que todos han catado las más veces esos robustos hornazos y esas deliciosas yemas y esos altivos merengues y de su ingenio singular han sacado un pastel muy propio para honra del gran Fernando y que llaman “polvo del duque”.5
Otra cosa que no ha de caer en saco roto ni menos en olvido es el palacio o castillo, en cuya morada se solazan y reposan el Gran Duque y toda su refinada Corte; y es que el tal palacio es de muy buen gusto y riqueza, que tiene la portada toda labrada en finas labores a semejanza de las del Estudio de Salamanca. Y dicen que su Excellencia está engalanando el palacio por dentro con mármoles y tapices traídos desde Italia hasta aquí en ciento y cuarenta carros. Cabe el castillo hay un hermoso paseo de invierno que dicen “Terrero” y hacia el río otro paseo que dicen “Espolón” para esparcimiento de los duques y de todos sus cortesanos.
La fama y esplendor que la Corte tenía era tal, que sus costumbres y maneras salían de palacio y eran imitadas de buen grado por todos en eso que llaman el arte de la cortesía. Y con esto, acuérdome de un suceso que, como inocente mochacho que entonces era, no se me alcanzaba al entendimiento, y es que oía a las gentes de la villa decir saludos desta condición: “beso las manos de Vuestra Merced” o “beso los pies de Vuestra Señoría”.
“Muy grande asco ha de ser —pensaba yo— que con las manos limpiamos las narices y nos limpiamos la legaña y nos rascamos la sarna y aún nos servimos dellas en una cosa que no es para decir a viva voz; cuanto a los pies no se puede negar sino que la mayor parte andan sudados y traen largas las uñas y están llenos de callos y andan cubiertos de polvo y cargados de lodo. Con esto, juro que más quisiera unas manos y pies de puerco comer que los pies y manos de ningún cortesano besar”.
Y yo, necio de mí, no entendía tanto besamanos y besapiés.
Con todo lo relatado hasta el momento Vuestra Merced podrá hacerse una idea bien cierta de la grandeza desta villa y yo no salía de mi asombro, que en el tiempo que allí estuvimos ví pasar a gentes de toda clase y condición: campesinos y labradores y buhoneros y carreteros y artesanos y aprendices y hidalgos y escuderos y escribanos y estudiantes y muchas mujeres —honestas y recatadas unas, otras livianas y no de tanta modestia— y todo un enjambre de pordioseros y ganapanes y vagamundos y holgazanes y bellacos y rufianes que hasta aquí llegan como moscas cojoneras al revuelo de la Corte por picar algo de lo que en ella se cuece. Y por encima de todos, clérigos y soldados son los más, por lo que Alva es nombrada “villa mística y guerrera”, que con dar tres pasos de continuo ora topas con una cruz ora con una espada.
Y por dar cobijo a esta plaga de gentes que aquí anidan como polilla en ropa buena, cabe decir sin tardanza que anda sobrada la villa de tabernas y figones y mesones y posadas y no faltan las mancebías y burdeles o casas de rameras —que así dicen los deste lugar por el ramo que las daifas6 colocan encima de la puerta— para consuelo y alivio de frailes hartos de abstinencia y soldados necesitados de valor.
Con este condimento tan variado y de tanta substancia cógese enseguida el gusto por la villa, que guiso de tan grato sabor no es fácil de olvidar cuando se ha estado unos días en este maravilloso y bien aderezado lugar; y es que la vida callejera en Alva resulta ser una fiesta para la vista, un jolgorio para el oído y diversas sensaciones —no todas buenas— para el olfato.
En esta ilustre escuela que mil cosas me mostraba, yo procuré ser en todo punto discípulo aventajado y confieso a Vuestra Merced, no sin sonrojo, que aquí me gradué en la sciencia del naype, del morapio y del fornicio sin esforzarme una nonada.
Pues han de saber todos los que leyeren el modesto relato de mi vida, que fue en la insigne villa de Alva do yo aprendí con astucia y maña el manejo de naypes y dados que es vicioso entretenimiento destas gentes, a cuyo juego entregan su tiempo y sus energías y sus ganancias y como arriesgan lo proprio por arrebatar lo ajeno, las más veces no acaban sino en juramentos y blasfemias y riñas y hasta cuchilladas.
Aquí tuve tan buenos maestros en inventar fullerías y malas artes, que en pocos días híceme diestro tahúr y desde entonces la baraja fue mi religión.
Cuanto al vino no diré sino que en Alva son muy dados a catar con deleite tan preciado licuor, el cual corre por los gaznates y en más abundancia que agua tiene el Tormes; y acuérdome agora de un dicho que dice: “agua pa las ranas y vino p’al de Alva”. Y con esto digo todo, que aquí se bebe en todo momento y lugar: en las comilonas y fuera dellas, de día y de noche, en las sacristías y en las tabernas; y yo ví no ser tan malo esto del vino, que a todos pone por igual —altos y bajos— cuando se está lleno del tal y todos se sirven dél para su regocijo y aún para alivio de males y pesares.
Aquí me hice al vino hasta el punto que ya no me abandona ni yo le dejo, que somos uno para el otro y los dos lo mismo y tan es así que si me sangran a buen seguro sale “aloque”.7
Y en los días que paramos en la villa, mi amo determinó de visitar unas mujercillas con las cuales entramos en conversación; a mi levantábaseme el pavo y como notaran que era primerizo y que estaba florido todavía, mirábanme con lujuria al tiempo que palpaban mis ropas y pellizcaban mis enjutas carnes con gran alborozo, que estaban todas deseosas de mi rompimiento. Yo, que no había catado aún que la gloria está en la tierra y como no era un chupavelas ni tenía hecho voto de castidad, abandonéme a sus requerimientos. Pues sepa Vuestra Merced que fue en Alva la primera vez que vine en conoscimiento con manceba placentera, la cual me desfloró y mostróme al fin todo lo que un buen mozo ha de conocer; ésta hizo que nunca olvidara y que no pudiera prescindir más de lo que Dios puso entre mis piernas.
Pudiera decir a Vuestra Merced otras abundantes y sabrosas cosas desta noble villa, mas no está en mi ánimo alargar esta humilde carta, de mi torpe mano escrita, a la cual voy dando fin, que ya me duele el pulgar de sujetar con tanto ahinco la pluma.
Pero no puedo dejar de escribir sobre un dicho harto conoscido que las malas lenguas han aireado por todas partes y que dice: “guarda las gallinas que vienen los de Alva”. Con esto hay quien sostiene que los naturales de la villa no son sino ladrones y robagallinas al acecho por quitar las pertenencias de los que algo tienen, por la cual causa andan mohínos y afligidos, que tales burlas y calumnias tocan gravemente a su honra.
Y yo juro sobre la hostia consagrada ser del todo falso, que la razón deste infortunado dicho es:
Como en Alva para el Gran Duque por reposar de los afanes y heridas de la guerra, trae consigo a sus milicias que le sirven en todo momento y aquí hacen asiento hasta que tornan a los campos de batalla.
Con tanta soldadesca por mantener los campesinos son obligados, por ley, a dar alojamiento y proveer de alimentos a los Tercios, los cuales son muy aficionados a comer gallinas y capones y toda suerte de aves que, dicen, es la mejor comida para el guerrero —cosa que a mí no se me alcanza, que la carne de gallina engendra sangre cobarde— y con las plumas adornan los sombreros y otras veces las pintan de colores y es por esto que hay gran escasez de aves y gallinas en toda la tierra de Alva. Esta y no otra es la explicación más cierta del malhadado dicho tan conocido de todos.
Al cabo de unos días —y con gran pesar mío— salimos de la villa bien comidos y mejor bebidos y yo más adestrado en la carrera de vivir.
Antes de coger el camino de Toledo, pedí licencia a mi amo por visitar el monasterio de Hierónimos que está a medio cuarto de legua y ante la tumba de don García el de los Gelves pusímonos a decir unos rezos en favor de mi desdichado padre que en gloria esté8. Allí mesmo juré que yo nunca moriría de sed, al tiempo que palpaba con gran contento el pellejo todo repleto de vino que colgaba de mi espinazo.
Y acabo ya y por complacido me doy si esta humilde carta sirve para deleite de Vuestra Merced y aún porque pueda sacar della alguna cosa buena y de su gusto y provecho. Y deseando sobre todas las cosas que mi estancia en Alva venga a noticia de muchos y no se entierre en la sepultura del olvido. VALE.
Alba de Tormes.
Año de MCMXC VIII
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1. Algunos estudiosos atribuyen la autoría de “El Lazarillo” a fray Juan de Ortega, que tomó el hábito de los Jerónimos en el monasterio de San Leonardo de Alba de Tormes. Nombrado Obispo de Chiapas en Méjico por el Emperador Carlos I, fue General de la Orden entre 1552 y 1555.
Fray José de Sigüenza, en su “Historia de la Orden de San Jerónimo” (1605), escribe sobre Juan de Ortega:
“Dicen que siendo estudiante en Salamanca, mancebo, como tenía un ingenio tan galán y fresco, hizo aquel librillo que anda por ahí llamado “Lazarillo de Tormes”... El indicio desto fue haberle hallado el borrador en la celda, de su propia mano escrito”.
Fray José de Sigüenza, en su “Historia de la Orden de San Jerónimo” (1605), escribe sobre Juan de Ortega:
“Dicen que siendo estudiante en Salamanca, mancebo, como tenía un ingenio tan galán y fresco, hizo aquel librillo que anda por ahí llamado “Lazarillo de Tormes”... El indicio desto fue haberle hallado el borrador en la celda, de su propia mano escrito”.
2. Se refiere a la feria de San Antonio de Padua —13 de junio— que duraba tres días y era muy conocida, ya desde 1260; a esta feria acudían gentes de todas partes.
3. Las tres puertas restantes que daban acceso a la villa se llamaban “del Salitre”, “de Terreros” y “de Villoria”. Algunos autores hablan de cinco e incluso más puertas, pero no tenemos absoluta certeza de su existencia.
4. Son todo tipo de verduras, tanto de huerta: acelgas, nabos, berenjenas... como silvestres: cardillos, pamplina, berros...
5. Arroz espolvoreado con azúcar y canela. Ignoramos si la creación de este postre tan común tuvo su origen en los pasteleros de Alba de Tormes.
6. Barraganas, busconas, cantoneras, concubinas, furcias, golfas, hetairas, lumias, mancebas, meretrices, pendones, prójimas, prostitutas, pupilas, putas, zorras…
7. Variedad de vino que tiene el color parecido al de la sangre.
8. Hacia 1510 partió una expedición al mando de García Álvarez de Toledo, primer duque de Alba y padre del Gran Duque don Fernando, con el fin de conquistar la isla de Gelves en el golfo de Trípoli.
La expedición fue un desastre, ya que los soldados fueron sorprendidos por los moros mientras se hallaban desperdigados en busca de pozos de agua. En la refriega murió García de Toledo y sus restos fueron traídos y enterrados en el monasterio de San Leonardo, cuya iglesia había sido levantada por mandato suyo.
El padre de Lázaro participó en dicha asonada como acemilero de un caballero y allí pereció de sed o fue hecho prisionero y nunca se supo ni pudo saberse más de él.
Bueno, muy bueno este relato. Genial el "pretexto" que lleva al desarrollo de la narración en la carta. Me asombra cómo se ha recreado, manteniendo el estilo de la novela, la vida social de Alba en el siglo XVI.
ResponderEliminarDesde aquí mis felicitaciones al autor.
Gerardo, había preguntado y hay más gente (sobre todo jóvenes), que como yo, no conocían este relato o no lo recordaban; por eso, de nuevo, gracias por poner al alcance de todos la cultura y la historia de Alba, tanto del pasado como de tiempos actuales.