jueves, 12 de abril de 2012

Bernardo del Carpio

Al hilo de la reciente publicación en está pagina del estudio de Santiago Zamarreño sobre sus hallazgos rupestres en la Meseta de Carpio, y con el animo divulgativo al que hace referencia en su introducción, Nicolás Miñambres nos regala con un interesante artículo, que reproducimos en su integridad,  en el que al tiempo que desmitifica la leyenda que rodea la figura de Bernardo del Carpio nos ofrece una síntesis de distintos espacios -físicos y literarios- con él relacionados.

GEOGRAFIAS  DE BERNARDO DEL CARPIO
Por Nicolás Miñambres

Los tiempos que corren son tiempos de revisión científica, planteada desde diversas perspectivas. Al tiempo que se desmitifican ciertos acontecimientos históricos, otros renacen con fuerza nueva. Y lo que, en ocasiones, fue considerado como visión legendaria, pasa en muchos casos a convertirse en documento de rigor histórico. Un ejemplo de este rescate científico es el caso de Bernardo del Carpio. Las interpretaciones tradicionales no dudaban en considerar que el personaje medieval no era más que una invención de la épica española, afanosa por crear un mito que contrarrestara la popularidad de los caballeros de la épica francesa. De nada servía que en las tierras leonesas de Barrios de Luna o en las salmantinas de Alba de Tormes se conserven restos de castillos medievales y una rica tradición oral.
La publicación de Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles (Oviedo, Fundación Gustavo Bueno, 2007) del erudito asturiano Vicente José González García ha supuesto una revisión profunda del personaje de Bernardo del Carpio. A partir de esta obra, carece de sentido negar la existencia real del personaje. La abrumadora documentación es una  prueba definitiva e indiscutible.
Frente a logros de semejante profundidad, estas líneas persiguen objetivos modestos: ofrecer una síntesis de los espacios reales y literarios de Bernardo del Carpio y glosar una obra desconocida, Bernardo del Carpio, escrita por Ambrosio, un escritor modernista catalán y ambientada en el castillo de León. No hay por tanto pretensiones eruditas, sino un mero afán divulgativo.

Espacios carpianos en Asturias y Castilla y León.
Míticos debemos considerar los espacios que refleja el Romancero, así como otros cantos épicos medievales que han ido aumentando y enriqueciéndose a lo largo de los siglos, hasta llegar al siglo XVIII, con obras como la Crónica de España Emilianense, de Berganza. La proyección “bernardiana” llega hasta los tiempos actuales incluso a las Islas Filipinas, donde es muy popular la representación gráfica en estampas o cromos de Bernardo del Carpio, según documenta José Vicente Ledesma, un buen conocedor de este mundo. No deja de ser curiosa la referencia a la Cueva de Bernardo que Inma Chacón reproduce en su novela Las filipinianas (2007) ambientada en las islas Filipinas en el siglo XIX. Las docenas de obras, de diverso enfoque y estructura que documenta Vicente José González en torno a la figura de nuestro héroe son un corpus  relevante en torno a  Bernardo del Carpio.
Aunque no sea el objetivo de estas líneas, no debe faltar el comentario sobre las aportaciones de José González García respecto a los lugares carpianos, centrados en doña Jimena, el Conde de Saldaña y Bernardo de Carpio. Con un quehacer arqueológico próximo a la tarea detectivesca, el investigador llega a la conclusión de que el monasterio de San Pelayo guarda el sepulcro de una doña Jimena, con toda probabilidad, la madre de Bernardo. Relacionado con el nombre héroe se encuentra el arrabal ovetense del Carpio. El Conde de Saldaña, padre de Bernardo, aglutina buena parte de los escenarios palentinos, especialmente Saldaña y el monasterio de Entrepeñas, donde la tradición lo considera enterrado. No hay que olvidar que en las Agüeras de Quirós se crió, según la leyenda, Bernardo y que en Becerril de Carpio tuvo su residencia. El documento más llamativo puede considerarse Aguilar de Campoo, en cuya cueva donde se guardó el Cristo milagroso, es tradición que fue enterrado Bernardo del Carpio.

Espacios leoneses y salmantinos.
El Castillo de los Barrios de Luna fue siempre considerado como un hito espacial de Bernardo del Carpio. Lo documentó con detalle don Pascual Madoz en su Diccionario  y no se olvida de él Gil y Carrasco: “Hacia las lindes de este país y junto a un pueblo llamado Barrios de Luna se ven las paredes aportilladas por todas partes del castillo de Luna...”. La tradición la recoge también Víctor de la Serna en su Ruta de los foramontanos (1955).
Muy sugestiva resulta la información que aparece en Valles de leyenda (León, 1994) obra de don Florentino, Luis Mateo y Antón Díez. Mezclando erudición y recreación poética actual, los autores rescatan la leyenda del héroe y, sobre todo, la condición del castillo, en el capítulo “Luna, el Valle del Amor Cautivo”. La leyenda tiene su versión poética en “El romance de la pastora de Caldas”. El documento histórico se mezcla con la visión romántica: “No hace mucho se nos mostraban en la penumbra del viejo zaquizamí consistorial de Luna, entre arañas y carcomas – escriben los autores- los grillos `que habían atenazado  las piernas de San Díaz´ en la berroqueña cueva del castillo, o los barrotes herrumbrosos del rastrillo, `que atrancó su vida y su amor´. Y en los hierros –se nos forzaba a mirarla, a palparla casi-, viva todavía en la tenaz ilusión aldeana, la sangre del traidor que se atrevió a escupir al héroe cuando penetraba en la cárcel”.
No falta la alusión al Monasterio de Santa María de Otero de las Dueñas, en las cercanías del Río Mayor de Luna. En él “aparecía un vetusto y austero sarcófago de piedra alabastrina y en él los guiñapos carcomidos de unas muy ricas y viejas telas `que habían sido la mortaja de Doña Ximena´, la amada de San Díaz, madre de Carpio”. Ello suponía una involuntaria pero clara rivalidad con el convento de San Pelayo de Oviedo, “el lugar de encierro monacal donde el Rey Casto hubo de poner a la infanta, su hermana,  cuando sus amores con el conde de Saldaña fueron descubiertos”.
 El Castillo de Bernardo del Carpio en tierras salmantinas no desmerece respecto a otros escenarios. Localizado en la población de Carpio Bernardo (una aldea perteneciente al partido judicial de Alba de Tormes) forma parte de la larga serie de poblaciones con esta misma denominación. No faltan entre ellas, además de las de Asturias y Castilla y León, poblaciones en Toledo, Córdoba e, incluso, en La Coruña.
La población salmantina de Carpio Bernardo es una de las más relevantes en relación con la presencia y la historia del héroe Bernardo del Carpio. La importancia de este emplazamiento viene avalada por un doble documento. El primero tiene que ver con las variadas descripciones de los restos de  la fortaleza medieval, documentada por Pascual Madoz, que no excluye una vinculación legendaria en el emplazamiento: “Es tradición antiquísima  que en este despoblado vivió una mora que por un camino secreto tenía comunicación con un moro que habitaba en Carpio Bernardo, con quien  estaba en relaciones amorosas; mas esto no puede pasar de una fábula ridícula, si se atiende a que el río Tormes media entre Arapil y Carpio Bernardo”. La leyenda pierde aun más consistencia si consideramos que Carpio Bernardo era territorio cristiano. Como en tantos emplazamientos, antiguamente en Amatos de Alba se contaba la leyenda de la gallina de oro macizo que, acompañada de sus pollitos, yacía oculta en el susodicho pasadizo. El investigador salmantino Antonio García Boiza se ocupó con detalle del castillo en su Inventario de los castillos, murallas, puentes, monasterios...
Sin embargo, el emplazamiento de Bernardo carecería de relevancia si no existiera el Arapil de Amatos de Alba. Compuesto orográficamente por tres formaciones, en aquellas tierras se habla siempre de “Los Arapiles”. En el Arapil se localizan unos versos de gran popularidad en aquellos parajes salmantinos: Bernardo estaba en el Carpio / y el moro en el Arapil, / por estar el río en medio, / no pudieron combatir. Otra de las versiones indica... como el Tormes va crecido / no pudieron combatir. El río Tormes (cantado por múltiples poetas a su paso por Alba de Tormes y Amatos) se enriquece así con la Reconquista. Conviene advertir que la coplilla popular no es un mero recuerdo legendario. Alfonso X el Sabio localiza con precisión la construcción del castillo en la Crónica General de España: “Tormes ayuso contra Alba llegó Bernardo a un otero que es a tres leguas de Salamanca, arremetió con su caballo e subió en somo del otero, entró a toda prisa e vio toda aquella tierra tan fermosa y cumplida de todas las cosas que son menester al ome e fizo en aquel lugar un castiello muy fuerte e muy bueno, e pusol nombre Carpio et dallí adelante  llamaron a Bernardo del Carpio”.
No son muchos los elementos de la fortaleza conservados, pero los grandes bloques de chinarros y cal, y el arco de herradura dan fe de su antigüedad y de su condición arquitectónica. Entre sus dueños, no faltan personalidades salmantinas eminentes, ni escritores vinculados a Carpio.  Es el caso de Lope de Vega, apellidado también Carpio. Lope (autor de El casamiento en la muerte, obra basada en la vida de Bernardo de Carpio) era, curiosamente, sobrino del comendador de Villagonzalo, población muy próxima a Carpio Bernardo.
El castillo, castigado por el abandono y el olvido a lo largo de los siglos, empieza a recibir un justo reconocimiento. Los esfuerzos y el entusiasmo de la “Asociación Cultural Bernardo del Carpio”, con José Vicente Ledesma a la cabeza, están consiguiendo revitalizar la personalidad de este héroe legendario de la reconquista.

Espacios modernistas y románticos.
Las múltiples versiones literarias del personaje se vieron enriquecidas con otras interpretaciones, como la obra del escritor catalán Ambrosio Carrión, Bernardo del Carpio –drama caballeresco en cuatro actos. “Estrenado el 7 de diciembre de 1912 en el teatro Eldorado de Barcelona por la compañía Villágómez”.
Es innecesaria la referencia al mundo medieval, localización muy querida por los escritores del Romanticismo en su afán por recrear los escenarios exóticos. Es afán perseguido también por los escritores del Modernismo en su actitud escapista hacia lugares lejanos del mundo burgués. León puede considerarse escenario idóneo para la ambientación de un héroe al que la tradición legendaria asocia con estas tierras.
El escenario leonés nada tiene que ver en principio con la ciudad, y concretamente con su alcázar, espacio en el que sufre sus penalidades carcelarias el padre de Bernardo, el conde Sancho Díaz, Conde de Saldaña. El escenario se localiza en las Tierras de Luna, donde se pueden contemplar todavía restos del castillo de Bernardo de Carpio.   
La acotación respecto al escenario no deja lugar a dudas; su estilo es claramente modernista: “La arquitectura, tosca, primitiva, tiene aún todo el carácter visigodo, sombrío y melancólico, que hoy atenúa la luz de una alborada primaveral, que rey triunfa con sus resplandores y con el viento cargado de los aromas de las flores primerizas, que orea el patio en aquella vibrante y cristalina”. 
Esa acotación tan preciosista lleva emparentado uno de los factores modernistas, el anacronismo y el léxico caprichoso y esteticista. De anacronismo puede calificarse, por ejemplo, el texto que sigue :“En la escena, la dueña y las dos sirvientas van dando órdenes a varios pecheros, hombres y mujeres, que, cargados con cestas de frutas, sacos de trigo y canastas llenas de pan recién cocido, entran en el patio”. A ello se unen los comentarios de los personajes, que transcribimos en bloque poético, sin indicar las distintas entradas de los personajes: “¡En las huertas  / no queda un fruto!, ¡ni en los campos trigo! ¡Y en los molinos sigue la molienda!”.
No resulta justificado en el mundo medieval la orden de que se les pague a los soldados: “Mira / estos villanos, que tan sólo esperan / el salario ganado… ¿No reparas /  que a la alegría no hay que detenerla, / y ellos están ansiosos de tus manos / para correr a la ciudad en fiesta, / que se dispone a celebrar el triunfo?”. (…) ¿No sabes que quizá se aguarda fuera / la esposa con el niño entre los brazos, / la moza que al galán, con ansia espera, / la vieja madre, el padre tembloroso, / que gusta de narrar hechos de guerra / a los mozuelos? Paga la soldada,  / derrama los dineros y las puertas”. Parecida “imposibilidad escénica” se observa en el papel desempeñado por los pobres, una escena que tiene más que ver con las Comedias Bárbaras de Valle Inclán. Resulta llamativa la actitud del mendigo Mochuelo, que anuncia en un tono de encendida retórica modernista la inesperada llegada de Bernardo del Carpio. No falta en estos versos ecos de la poesía del Rubén  de “La marcha triunfal” o “Sonatina”. A ningún lector escapará tampoco el eco valleinclanesco de la Sonata de Primavera  en la acotación final de la escena:
“(Ríen las sirvientas. La princesa, que ha descendido al patio, se sonroja; los pobres van arrodillándose a su paso, mientras ella, ayudada por las sirvientas, reparte la limosna. Un coro de bendiciones se alza a su entorno. En la puerta aparece un hombre con la faz oculta por un fieltro y envuelto en una capa oscura”).      
Comienza así una escena planteada casi in medias res, con diálogos de recio modernismo. Ello permite afirmar que la obra de Ambrosio Carrión es una obra modernista en su forma, pero ajustada en su desarrollo temático a las exigencias románticas. La escena tiene como contenido esencial la pretensión de Bernardo: “¡Sólo llegué para poder decirte / antes que al Rey y antes que a cualquier otro, / mi victoria! ¡Oh, Estela! he de pedirte, /  en pago de mi hazaña, / que conceda / tu mano al caballero que sus tierras / libró del yugo del francés”. Es curioso, pero el amor, en este caso, es un pago social, no un sentimiento.
La obra se adentra así en el meollo argumental: el trasfondo de la leyenda leonesa y con ello la negativa del Rey a entregar al Conde de Saldaña a su hijo Bernardo, hijo a su vez de Jimena, la hermana del Rey. Comienza así el papel relevante del personaje femenino, una nueva forma de anacronismo social. Es impensable en la Edad Media una actitud femenina tan beligerante:
“Pues bien, llegó la hora / de libertad, precisa que toquen las campanas / a gloria triunfalmente; que estén los corazones / vibrantes de alegría; que brote en primavera / la tierra donde sólo reinó el helado invierno”. La actitud de Jimena, retórica sólo hasta el momento, se hará realidad cuando irrumpe Bernardo en el escenario. Su crónica de la victoria, su gallardía y su arrebato quedan sutilmente aliviados por su humildad al solicitar la mano de Estela. La narración de sus hazañas a favor del Rey,  finaliza con una sincera confesión sentimental: “De Amor, que me disculpa, estoy herido”. La réplica real se reduce a trazar torpemente una caricatura de Bernardo del Carpio.

Formas diversas de la rebeldía.
Se comprueba la valentía de las mujeres, cuya actitud y enardecimiento lleva a la acción hasta una llamativa anagnórisis. El motivo se ajusta a un  riguroso proceso. Cuando el rey exige marchar a Oviedo, Jimena argumenta: “¿Lo oís, quiere alejarnos / hundido entre los muros del frío calabozo / el que ama tanto el sol y el aire de los campos./ Jamás, rey Alfonso, a Oviedo he de seguirte. / Que yo no soy vasalla de tu corona, atiende, / y contra mí la fuerza de todas tus mesnadas, / de todos tus secuaces y esbirros, no es bastante / para llegarme, ya que nunca pleitesía / te tuve que rendir, pues otra fue mi patria”. El amor se impone como dependencia respecto al poder político: … “¿Acaso, / señor, a olvido diste, que si rehén yo fuera /  sería de Bernardo, quien, con su fuerte brazo, me conquistó?”.
La rebeldía femenina llega a su ápice en la escena V, cuando el Rey exige que sean prendidas. La condición del hábito religioso, impuesto por el Rey, le sirve a doña Jimena de eficaz y feliz protección y, por tanto, de rebeldía. Todo ello expresado en versos blancos de aceptable elaboración: “¡Atrás de nuevo os digo! ¡Maldito sea y tenido / como villano vil aquel que ose ponerme / la mano! ¡Maldición a quien las santas tocas / se atreva a mancillar! ¡Las manos se le caigan / comidas por la lepra! Su raza le maldiga / y sea abominado su nombre por sus hijos / y sirva de ludibrio a todos los mortales! / ¡Atrás, que ni el rey mismo puede llegarme osado; / que contra lo que Dios cubrió con su divisa / no valen sus poderes ni su corona de oro!” .
La impotencia del monarca contra la protección del hábito religioso le lleva a intentar raptar a Estela, la amada de Bernardo: “¡Llevaos a la princesa!” (…)  ¡Si tantas son las tocas que cubren a la infanta, / asilo a la princesa no son”. Pero la rápida reacción de Jimena lo impide, como se observa en la acotación: “Desprendiéndose rápidamente del manto y colocándolo sobre los hombros de la princesa.) ¡Le son asilo!
(Todos retroceden, lanzando un grito de asombro. Una gran pausa. Doña Jimena habla terrible y magnífica, mientras que la princesa Estela cae de rodillas llorando a sus pies)”. La interpelación se convierte en un acto de rebeldía, pero también de irónico desafío:
“¿Y qué haces, Rey Alfonso, que de nuevo a los tuyos / no lanzas contra mí? ¿Es Dios quien te ha vencido?”.
Derrotado y humillado, el Rey debe iniciar su huida: “Ya basta que humillado quedara el poderío / real por dos mujeres. Seguidme caballeros; / el rey hace camino hoy mismo para Oviedo.”
La escena VI del acto es la cima de la rebeldía, representada en este caso por Bernardo, solapada por un cínico sentido de la humildad: “Tu más fiel vasallo seré en acatar, / pues si fui ofendido, lo fui por un rey”. El cinismo de Bernardo encuentra su réplica en la actitud del Rey: “Oíd la sentencia: La vida le doy, / mas como a un vasallo le niego desde hoy, / al rey, fiero osando, quedó por infiel; / y sea tenido por vil y traidor / quien bajo su techo  lo quiera albergar, / quien bajo su enseña pretenda lidiar / faltando al decreto del rey su señor.” Estamos ante la  escena del rey que destierra al Cid. El tono épico y desgarrado es palpable en los versos siguientes, rematados con esos versos desafiantes: “Y si acaso mancillado / estoy, denme pruebas ciertas, / pues, sino, con estas manos / juro a Dios que he de arrancar / la lengua que me ha afrentado / y la he de dar a comer / a mis feroces alanos”.
La agria discusión finaliza con un épico discurso de Bernardo del Carpio, convencido de poder retar al Rey: “Cual medida de ceniza / que el aire va dispersando, / son las gracias del monarca. / Igual como si un puñado / de agua intentarais guardar / en la palma de la mano. / Es llama a cuyo calor / nunca podréis calentaros; / polvo que el viento dispersa; / albergue siempre cerrado; / pan que si hambriento cogéis, / se os deshace entre las manos. / Justicia del rey es ésta; / sepan nobles y vasallos, / cómo en tierras de León, / a mí, Bernardo del Carpio, / por pago de mis proezas / me dio el rey tan buen salario. / Sedme testigos vosotros / y juzgad si fue pecado / mi osadía. Juzgue el rey, / juzguen nobles y villanos, / y a todos nos juzgue el cielo, / que en su gloria he batallado, / y no por la del monarca, pues son mis hechos tan altos / que, si no los paga Dios, / en la tierra no hay sobrado / oro para un corazón / que todo un reino ha animado”.
Frente a la actitud autoritaria del rey (¡“prendedle, prendedle presto”!) cuya personalidad decrece progresivamente, la gallardía y el prestigio de Bernardo, van en llamativo aumento. Especialmente porque se considera no una apuesta personal, sino el símbolo de un pueblo: Al “¡Prendedle, prendedle presto!”, replica Bernardo: “¡Nadie a ello sea osado, / que un reino prendéis conmigo, / y no habrá bastantes brazos / para tenerlo sujeto! (…) / ¡Oye, pues, que aquí te emplazo / y te reto por traidor, / por infame y desalmado, / si mi origen no proclamas / limpio como el sol preclaro, / más que el tuyo!”.

Tratamiento literario de la anagnórisis.
La rebeldía de Bernardo llega hasta el extremo de querer abofetear al rey (“¡Con mi mano tu rostro quiero azotar!”) justificando su actitud en la deshonra que el rey le ha provocado: “Él de vasallo la condición me quitó. / Los dos iguales quedamos”.
La tensión de la escena queda aliviada por la actitud de Jimena, empeñada en aliviar ese momento delicado entre su hijo rey el rey, su tío: “¡Pues pasa sobre quien vida / te dio!! ¡¡Mi seno pisado / sea por tu planta audaz! La explicación del proceso materno-filial es el tema del largo parlamento de Jimena, finalizado con una dramática petición: “Interceded por mí; que el rey atienda / mi ruego; den al hijo los honores/ que al padre arrebataron; a la vida / de libertad el conde sea devuelto / y déjenme el dolor y la ignominia / para mí sola, ya que fui culpable / de tanto horror y tanto desvarío”.
El acto segundo finaliza con la apasionada escena de afecto materno-filial entre ambos. El rey, desolado y vencido, decide marchar a Oviedo solo: “bástanme diez lanzas”. No es extraña la exclamación de Bernardo: “Don Sancho Díaz, conde de Saldaña, / la libertad viene a ofrecer tu hijo”.   
El comienzo del acto tercero es una complementación teatral de la anagnórisis anterior. Encerrado en una celda “baja y abovedada”, (…) a donde se desciende por varios escalones de piedra… carcomida (el subrayado es nuestro) y negruzca“. En ella reposa el conde de Saldaña, héroe medieval, pero sobre todo símbolo del héroe romántico marginal en la obra de Ambrosio Carrión. Campesinos, mendigos, piratas, condenados… representan el personaje fuera de la ley, símbolo de la libertad. Los parlamentos de Bernardo (que no tendrán respuesta en su padre, moribundo ya) se plasman en largas tiradas de versos blancos. Pero el efecto dramático actúa con llamativa precisión. El reencuentro y el reconocimiento coinciden con la muerte del conde de Saldaña. Se consume la vida al mismo tiempo que se consuma la tragedia.     

Un final romántico y almibarado.
Prisionero el Rey por parte de los moros en su actividad de la Reconquista, se le pide a Bernardo su liberación. No la acepta de entrada, pero, ante las súplicas de los súbditos y de su madre, se decide a hacerlo.
Por ello, el acto cuarto resulta un poco artificioso, en su planteamiento, su escenario y en su desenlace. La escena se centra en la tienda del rey moro Abenámar, donde Alfonso II está preso. A él viene Brenardo a devolverle la corona. La soberbia del rey le impide aceptar la actitud de humildad con la que Bernardo se planta de hinojos ante él. Pero el rey prefiere caer en manos de moros que ser salvado por sus gentes de León: “No comprendes; / sólo deseo / no caer en la mano de mi gente” . (…) “Pero huye conmigo y con la hueste / delante de las lanzas  de Bernardo”.
La escena quinta presenta la lucha de Bernardo consigo mismo, pero el rey no acepta esta derrota moral, a pesar de que Bernardo intente actuar con nobleza. Desairado por el monarca, Bernardo hace un ajuste de cuentas, humano y legendario: “Rey don Alfonso, en poco me juzgaste, / al hacerme tu igual, mas olvidaste / que si una misma sangre nos unió / la tuya es como una agua cenagosa que sobre el limo arrastra silenciosa / y que un rayo de sol nunca  besó. / Y lamía, torrente que del alto / monte cortado a pico, con un salto / se lanza a la pradera toda sol, / tan transparente que la luz se quiebra / entre sus hilos y agua y luz se enhebra / para triunfar  en raudo tornasol (…).  Aguas nacidas de unas mismas fuentes, / mas que al nacer corrieron por vertientes / distintas, ¿quién las pudo confundir? / Que a las dos el Señor marcó camino / y no hay fuerza que tuerza su destino / y nunca sus corrientes han de unir”.    
El arreglo es imposible, incluso cuando Bernardo, en un gesto definitivo, rompe su espada y la transforma en una cruz. Finalizadas las interpelaciones, después de sus reproches a las mujeres…“Extático, y levantando su espada en alto, mientras todos le abren camino y doña Jimena y la princesa lloran abrazadas:
“Veo todos los senderos / brillar radiantes de luz, oigo fritos agoreros / cual gemir de prisioneros / deseosos de mi cruz. / Voy en busca de afligidos / a quien pueda consolar, / vengan todos los vencidos, / los que gimen oprimidos, / que yo llego a libertar. / Y la tierra con mi manto, / compasivo cubriré; / escuchando el dulce canto / de quien, libre de quebranto, / con mi enseña dejaré” (…). Y en la cumbre más alzada, / bajo el beso de la luz, / de la nieve coronada, / de las águilas morada, / plantaré mi noble cruz. / ¡A sus pies veré humillados / los reinos en confusión / por el yugo dominados / de sus brazos desplegados / sobre el mundo en bendición!”.
La acotación subraya este desenlace, un poco rancio y demasiado artificioso: “(Estela, extática, va siguiéndole; el rey, vacilante, vencido y humillado, atraviesa la escena y, con los brazos abiertos, cae de hinojos ante doña Jimena. Lentamente, al ritmo de los últimos versos)”.
    
Conclusión.
De las líneas anteriores se deduce la condición, romántica en su fondo  y modernista en su forma, de la obra  de Ambrosio Carrión. Una obra que (inexistente a efectos documentales y rara como producción literaria de un autor catalán, lejano del espacio castellano-leonés) incluye muchas de las características literarias  esenciales de estos movimientos. Es, en fin, una prueba más de cómo el personaje de Bernardo del Carpio, aparte de su indudable condición histórica, ha sido motivo constante a lo largo de la literatura española. Sin excluir los tiempos del Modernismo, tan apasionado por las historias medievales.

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