Nada mejor para analizar acontecimientos históricos que hacerlo a través de sus protagonistas y testigos directos. Así, y en su momento, compartimos la emoción de Ramón Novoa al recordarnos su participación en la Batalla de Alba, o pudimos conocer con detalle el día a día de la defensa y evacuación del castillo de Alba de Tormes siguiendo las anotaciones del diario de su gobernador, José de Miranda Cabezón. En esta misma línea, hoy nos acercamos de nuevo a aquellos convulsos años de nuestra historia (1808 – 1813) y para ello recogemos un documento, publicado en los números 1, 2 y 4 de la Basílica Teresiana, en que la Priora y algunas otras religiosas del convento de Carmelitas Descalzas de Alba de Tormes describen distintos acontecimientos ocurridos durante el periodo de ocupación de la Villa por las tropas francesas y las vicisitudes que la comunidad carmelitana tuvo que afrontar en aquella época.
Este documento, fechado el 30 de mayo de 1817, coincide casi en su totalidad -las variaciones entre ambos son mínimas- con otro del 21 de marzo de 1814 que, transcrito por Manuel Diego Sánchez, fue publicado por la revista L’Aceña en sus números 7 y 8. También existen coincidencias entre sus autoras, y así encontramos, en ambos, la firma de Isabel Teresa del Espíritu Santo (Clavaria) y la de Francisca Teresa del Espíritu Santo, si bien ésta última lo hace en calidad de Clavaria en el de 1814 y de Priora en el de 1817. Todo esto nos induce a pensar que este que hoy reproducimos, no es sino una copia del emitido tres años antes que habría sido solicitada, de nuevo, posiblemente por extravió o deterioro –en destino– del documento primigenio.
Relación de los prodigios, que durante la Guerra de los Franceses, hizo la intercesión de Nuestra Gloriosa Madre Santa Teresa de Jesús: Desde el año de 1808 hasta el de 1813 en este Convento, y Villa de Alba de Tormes (1)
J. M. J.
La Priora y Comunidad de Carmelitas Descalzas de la Encarnación de esta Villa de Alba de Tormes: en cumplimiento de la razón que nos pide de las cosas notables que han sucedido en este convento y particular Protección de Dios y de Nuestra Santa Madre Teresa, que hemos experimentado en el tiempo de la Dominación Francesa: Decimos, y declaramos con la mayor sinceridad y verdad, para honrra y gloria de Dios y de nuestra Santa Madre (que han sido de las mayores que acaso se han experimentado en todo el Reino.)
Y comenzando por los casos particulares decimos, declaramos y certificamos: que el día 4 de Junio del año pasado de 1808, el mismo en que nuestro Católico Rey el Señor Don Fernando el 7º fue para la cautividad por el Tirano Napoleón, que le sacón con astucia y engaño de España; (según constará por menor de la historia de España); viendo la revolución que ya se comenzaba á experimentar en el Reyno, determinaron los Religiosos de nuestro Convento de San Juan de la Cruz, de Carmelitas Descalzos contiguo á éste, hacer una solemne Procesión de rogativa por el Pueblo, dirigida á implorar la Protección del todo Poderoso por medio de la intercesión de nuestra Santa Madre y á placar su Divina Ira. A este fin, de acuerdo con el Ayuntamiento, pidieron á nuestra Comunidad tuviese á bien fuese el Santo Brazo en dicha Procesión. Concedido, como era justo, y llegándole á sacar del Camarín donde se venera, se advirtió el prodigio: de que el relicario de cristal, en que se halla metido, estaba cubierto por la parte interior con un género de rocío tan abundante, que en algunas partes llegaba á formar gotas, no haviendo motivo para sospechar fuese alguna humedad que se huviese introducido, por no tener dicho Relicario la más leve endidura o abertura. Aumentóse más la admiración en los que le vieron, cuando volviéndole al Convento después de la Procesión notaron que era más abundante, y más grueso el rocío, con ser, como dicho es, el 4 de Junio. Este rocío en dicho estado permaneció como dos meses y medio, sin que antes ni después se haya vuelto á ver cosa alguna, aunque se ha mirado con cuidado y reflexión; de todo lo cual fueron testigos la mayor parte de la Comunidad, que lo afirman, como también de la moción interior que nos causó.
A consecuencia de este prodigio, y luego que entraron los Franceses en este Pueblo, que fue en Febrero de 1809, comenzamos nosotras á experimentar nuebas y particularísimas Providencias del todo Poderoso. Desde luego advertimos que los enemigos miraban con respeto á esta Comunidad, su Convento y su Templo. Pero donde se dejó ver clara y manifiestamente esta altissima y especialissima Providencia de Dios y protección de la Santa fue el día 28 al día 29 de Noviembre del año de nuebe en que se dio, en las inmediaciones de esta Villa la desgraciada Batalla, que llaman del Parque; nuestro exército derrotado iba en desordenada fuga. Los enemigos victoriosos entraron en el Pueblo como á las siete de la Noche, matando y degollando á cuantos soldados españoles encontraban, que fueron muchos. Comenzó luego un saqueo formidable en la mayor parte de las casas que duró hasta la mañana. Fueron igualmente saqueados, y ocupados de muchissima tropa los Conventos de Religiosas de Santa Isabel y San Benito. Estas afligidas almas se vieron sin auxilio alguno, y de noche en medio de tantas espadas y bayonetas expuestas á mil peligros. Pero á pesar de tanta confusión, desorden y gritería, y aunque nuestro Convento esta casi en medio del Pueblo, cercado de casas y muy próximo á la plaza, nosotras nada oímos, ni nada supimos hasta el día siguiente, aunque anduvimos por la ventanas observando lo que sucedía.
Por junto al convento, por las dos calles que van al puente, pasó sin duda el mayor golpe de tropa, pero ningún soldado toco ni á las puertas de la Iglesia, ni á la Reglar. O Dios los cegó, o les puso alguna pantalla para que no lo viesen. Parecerá esto increíble en tales circunstancias á quien lo lea; pero el caso fue público y notorio.
Con el motivo de haber entrado en el Pueblo todo el Exército al día siguiente de la Batalla, los vezinos se hallaban sin pan y no se encontraba un bocado, como dicen, por un ojo de la cara: nosotras éramos comprendidas en esta suerte; hallándonos dudosas de lo que haríamos, nos determinamos por último, á pasar un recado al Comandante de plaza suplicándole diese orden nos traxeren algo: dicho Comandante inmediatamente mandó nos llevasen pan, y que fuese con guardias, como se hizo, hasta entregarlo á la portera, haciendo lo mismo quando se ofrecía carne para las enfermas; y aunque los de la Vecindad carecían de este asilo, á la Comunidad se la daban de la que tenían para la tropa. Esta atención les merecimos en cuantas ocasiones se ofrecieron: de manera que nuestras Súplicas las executaban con tanta prontitud, y vigilancia como si fuesen mandatos de su Emperador.
Haviendo dichos Franceses fixado guarnición en esta Villa, como en punto para ellos muy interesante; la Comunidad trató de guardar y guardó las Reliquias del Santo Corazón y Brazo, temiendo no hicieren alguna irreverencia; pero sabido por ellos á petición suya se volvieron á poner á pública veneración; pasado todo el verano del año diez se acercaba la fiesta de la Santa Madre; la Comunidad se detenía en celebrarla como otras veces, y en que saliese por el Pueblo la procesión por temor, Quando pocos días antes nos hallamos con una orden del Comandante en que se mandaba dicha Procesión, empeñándonos su palabra y protección en orden á la Seguridad. Assi se hizo: salió la Procesión el día de la Santa por la Tarde; acompañó la tropa; cuatro o seis soldados escoltaban el Santo Brazo, otros tantos la Santa Imagen, la demás tropa extendida por la Procesión, la que se hizo con grandissimo orden, devoción y solemnidad.
Concluida la Procesión, entraron en la Clausura para adorar el Santo Cuerpo en su camarín, el Comandante y varios Oficiales, acompañados del Sr. Vicario, y algunos Sacerdotes y Religiosos de la orden; estuvieron con grande respeto y reverencia, quitándose los sombreros y arrodillándose, lo que no hacían en ninguno de los templos; nunca permitieron entrar en la clausura soldado alguno raso, no siendo oficial: esta misma atención respectivamente observaban con nosotras, estando con tanta compostura, y moderación en nuestra presencia, que no se les notó acción ni palabra menos arreglada: Tanto estos como todos los demás que enviaban, sólo iban donde los llevaban la Prelada, y las Religiosas que los acompañaban; por lo que nada vieron de lo interior del Convento, aunque entrasen con ese fin, sino sólo lo que la Prelada y Religiosas tenían por conveniente manifestarles: ellos mismos, después que salían de la clausura, confesaban á los del Pueblo que no sabían lo que que era, pues en entrando, se les infundía tal respeto y veneración, que aunque quisieran, no podían ir sino á donde las Monjas los llevaban. Prueba evidente de que aquí andaba la poderosa mano de Dios y la particular protección de nuestra Madre Santa Teresa, pues assi amansaba á unos hombres por otra parte tan fieros, y orgullosos, lo que no experimentaban las Religiosas de los otros Conventos. Buena prueba es de esto el caso siguiente: Poco tiempo después de la Batalla del Parque, el General que había en la Villa, donde aun permanencia mucha tropa, invió á un oficial para que registrase el Convento; éste fué sólo acompañado de D. Francisco Antonio Ximénez, que á la sazón era alcalde Corregidor interino; Don Francisco dió recado á la Madre Tornera que avisase á la Madre Priora, viniese abrir la puerta á un Señor oficial que venía de parte del Señor General á registrar el Convento; tardaron algo, bramaba y pateaba el oficial: Don Francisco estaba temblando, temiendo algún desmán; procuraba templar al oficial, disculpando á las Religiosas. Por fin abrieron; entró con un ceño de Nerón: subió á los dormitorios de las Religiosas; y lo mismo fue verse arriba que se quedó como absorto, y pasmado, y sin decir, ver, ni pregunta cosa alguna, le dixo á Don Francisco: Alcalde, vámonos de aquí: vámonos de aquí: saliéndose con precipitación y acompañándole D. Francisco hasta la casa del general” (2).
El año de 1811, el día 16 de Octubre de Salamanca el General Thiebault, donde estaba Governador, sólo con el objeto de entrar á visitar á la Santa en su Camarín, lo que hizo acompañado de Edecanes y varios oficiales, entrando al mismo tiempo un tropel de gentes, tanto de la Villa, como de los que de Salamanca havían venido en su compañía: viendo la Prelada, y otras tres Religiosas que la acompañaban tal confusión, haviendo llegado al Claustro, se sintió esta animada de tal espíritu, y fervor de zelo, que arrebatada de él, se puso de rodillas delante del General y con varonil resolución le dixo: Señor, éste es un desorden y así quiero hacer á V. E. una suplica; nuestras leyes son muy estrechas y no podemos permitir esto. Quedose algo sorprendido el General al ver á la Prelada arrodilla á sus pies. Las Señoras que iban adelante comenzaron á llorar y á gritar; todos se turbaron, se miraban unos á otros preguntándose: ¿Qué es esto? El General se estubo parado algún espacio y con mucho modo le respondió á la Prelada: Diga vuestra merced, Señora, que es lo que pide? Lo que pido es, prosiguió la Prelada: que V. E. ponga un Decreto para que en lo sucesivo ningún hombre ni Mujer entre en la Clausura. á esto contestó el General diciendo: Señora, su petición de V. es muy justa: lo haré: á saber yo esto no huviera entrado; ténganme papel y tintero prevenido. Quiso volverse á salir, como también la demás comitiva, pero entonces á nuestro ruego prosiguió adelante, subió al referido Camarín y en él mostró grande satisfacción y consuelo, haciendo mucha ponderación de todo lo que en él havía. Mientras el General se informaba de la urna y otras particularidades, nosotros permanecimos cubiertas con nuestros velos según nos mandan nuestras Constituciones; algunos de los circunstantes nos instaban á que nos levantásemos dichos velos; entendiolo el General y preguntó ¿si era aquel instituto nuestro? y respondiéndole que si, dijo: no lo hiciésemos, pues á él lo más ajustado era lo que mejor le parecía. Después de haverse informado bien de lo que havía en el Camarín se salió; y sin embargo de haver pasado largo rato no se olvidó de lo prometido; llegó á la Portería, y preguntó por el papel y tintero: administrado éste sobre una mesita, por si mismo dentro de la Clausura extendió el Decreto que, traducido en nuestro idioma es como sigue: “Se prohive expresamente á toda persona (relevando toda orden) entrar en el Convento de las Madres Carmelitas de Santa Teresa de la Villa de Alba de Tormes baxo cualesquiera pretexto, que pueda ser. Alba, 16 de Octubre de 1811. El General de División Governador del Ilmo. Govierno de España, El Barón de Thiebait”. Escrito este Decreto le dixo á la Prelada: Señora, ahí le queda á Vd. eso que será para mucha edificación de los fieles y yo seré el primero que dé ejemplo. Con esto se salió no volviendo á entrar en la Clausura ni él, ni otro alguno, todo el tiempo que dicho General permaneció en Salamanca Governador. El Decreto original lo conservamos en el Archivo del Convento para perpetua memoria. El 22 de Julio de 1812 fue la Batalla de los Arapiles perdida por los Franceses, quienes por la noche entraron en este Pueblo(3) bien furiosos, huvo bastante saqueo y alboroto, nuestro Convento esta al paso para la Plaza y, por lo mismo, temíamos algún rompimiento; pero ello fué, que sin pedirlo nosotras, y sin saber cosa alguna, un General mandó ponernos guardias no haviéndolas asignado para si; este hecho llenó de pasmo no sólo á los del Pueblo, sino á cuantos de él tuvieron noticia, atribuyéndolo todo á la intercesión de Nuestra Gloriosa Madre Santa Teresa de Jesús.
Pasada esta tormenta, gozamos de algún sosiego hasta primeros de Noviembre del mismo año, en que esta Villa se vio cubierta de tropas de los ejércitos aliados que venían de retirada desde Burgos. Trataron aquí de defenderse, como lo hicieron por espacio de ocho á nueve días. Para esto los ejércitos aliados pusieron muchas Baterías en las alturas del otro lado del río, hacia el Poniente; los Franceses hicieron lo mismo entre el Norte y Oriente; de manera que los de la Villa, quedamos entre dos fuegos. Nosotros teníamos muy enfrente del Convento una Batería de nuestras tropas. Las Religiosas de San Benito y Santa Isabel abandonaron sus Conventos y muchas de éstas últimas se vinieron á refugiar entre nosotras. Abierto el fugo cayeron muchas balas y granadas en los Conventos de las dichas Religiosas que les hicieron muchos estragos. Nosotras, mientras tanto, no cesábamos de clamar día y noche de Nuestra Santa Madre perseverando en su Camarín; menos un día en que fué mucho más vivo el fuego, que por pasar las balas y granadas zumbando por encima de nosotras, tuvimos que bajarnos á la celda de la Santa. Por fin Dios nos favoreció de manera, que en todos los ocho días de fuego de una y otra parte ni el más leve casco de granda ni bala cayó en nuestro Convento, con estar la batería dicha tan enfrente. Al cabo de los ocho o nueve días de fuego, las tropas aliadas volaron el puente, que aunque su estruendo nos asustó, nada nos toco de la expulsión, sin embargo de haber volado por encima del Convento una piedra bastante grande que fue á dar á la plaza. El día 3 del dicho mes entraron los Franceses, y en la penuria del pan sucedió lo mismo que en la primera batalla. Con el motivo de haber quedado en el Castillo guarnición española, que les hacían mucho fuego, entraron dos veces en la Clausura dos Generales y algunos Oficiales subiendo á la media naranja para regular la altura que tenia el Castillo: estos se portaron con nosotras con la misma compostura y urbanidad que todos los demás; pero como nosotras tuviésemos más miedo á éstos por ser del Ejército de Suldt, de quienes se decía eran muy desalmados, y por esta causa estabamos sobresaltadas, conociéndolo ellos nos dijeron: “Señoras, no tengan ustedes miedo, somos Generales y Oficiales de honor, no venimos á hacerlas daño, sino á favorecerlas en cuanto á ustedes se las ofrezca. Si la tropa se desmanda en algo, avisar”. Esta fue la última vez que los franceses entraron en el Convento. Como esto no les hubiese servido para ninguno de sus fines, pusieron más soldados en la torre de San Juan que está próxima á la nuestra y domina todo el Convento; desde ella hacían un incesante fuego de día y noche, al que correspondían los Españoles del Castillo; las balas todas pasaban por encima de nuestra casa, porque la cogían en medio; mas á pesar de eso, nosotras, enseñadas con tan repetidas pruebas y experiencias, nada temíamos; confiadas en la intercesión de Nuestra Santa Mare, el oír silbar las balas, ya no nos causaba novedad alguna; el Señor y las repetidas experiencias nos infundieron tal valor, que no solo no salimos de las celdas, que estaban más inmediatas á donde se hacia el fuego, que duro cerca de quince días, sino que permanecimos en ellas y dormíamos en ellas. Y aunque á muchos no les parecía bien y lo tenían por demasiado arrojo, á nosotras no nos salieron vanas nuestras esperanzas, cumpliéndonos el Señor en todo nuestros deseos, no recibiendo la menor lesión, ni el menor daño, tanto en esta ocasión, como en todas las dichas, ni la casa, ni nosotras, ni en general, ni en particular (y lo mismo con los vecinos del pueblo, pues á ninguno mataron, ni ultrajaron á ninguna mujer, como ha sucedido en otros pueblos del Reino); todo esto ha sido tan publico y notorio que los del pueblo exclamaban: “esta visto, la Santa Madre se ha empeñado en guardarse á si y á sus hijas”.
Si se hubieran de decir todas las particularidades que hemos experimentado, fuera alargarnos mucho. Sólo va puesto lo más esencial, lo más público y notorio, y como tal lo aseguramos, volvemos á asegurar, lo certificamos y firmamos en nuestro Convento de esta Villa de Alba y Mayo 30 de 1817.- Francisca Teresa del Espíritu Santo, Priora; Ramona de Santa Teresa, Sub-priora, clavaria; Isabel Teresa del Espíritu Santo, Clavaria; Josefa de la Encarnación, Clavaria; Mª Josefa de Santa Rita; Manuela Mª de San Juan de la Cruz; María Josefa de Santa Marta; Narcisa de San Antonio; Gerturdis de Jesús María; Teresa de Jesús María y José; María Cayetana de San José; Josefa María de Gracia; María Josefa de Jesús; María Josefa del Corazón de Jesús; María Isabel de la Concepción; Clara Francisca del Santísimo Sacramento, Ángela Ramona de Jesús María
___________________________________
(1) Esta Relación se encuentra original en el Archivo de la Comunidad de Religiosas Carmelitas de Alba de Tormes (cajón 12, número 17), las cuales han tenido la amabilidad de proporcionárnosla, entendiendo que su publicación cederá en gloria de la Santa Fundadora. Para mayor facilidad de los lectores damos la copia sin abreviaturas, pero con las incorrecciones del original, á fin de no quitarle el sabor de época.
(2) Al margen hay la siguiente nota escrita con letra idéntica á la de la Relación: Testigo de la vista N. P. Definidor Fr. Cipriano de los Dolores, que fue el que predicó el sermón.
(3) En Alba
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Las opiniones aquí reflejadas corresponden a los comentaristas y no representan, necesariamente, las del autor de Entre el Tormes y Butarque, quien se reserva el derecho a eliminar aquellos comentarios que considere inadecuados, bien por utilizar un lenguaje indecoroso, emplear descalificaciones personales, ser repetitivos o introducir argumentos al margen del tema de debate.
En caso de que no desee revelar su verdadera identidad se sugiere que utilice un alias o nombre ficticio, lo que agilizará el debate y permitirá identificar claramente la autoria de las opiniones que quieran ser rebatidas o corroboradas por otros comentaristas.