José Sánchez Rojas
«[…]
Este día de la octava, con sus peregrinos, con sus muchachas forasteras, con los amigos de la infancia, tenía para mí, hace algunos años, ese perfume, esa dulzura silenciosa, ese crepúsculo de grana, del día de fiesta que concluye. El pueblo me parecía otro. Las piedras amigas tenían algo del resplandor de los ojos que yo amaba. Y el órgano de las Madres, que rezaba mansurrón, que protestaba airado, que brincaba gozoso, que lloraba triste, que cantaba enamorado, llevaba á mi espíritu la esencia de sus amores, de sus tristezas, de sus goces y de sus iras.
Mientras escribo estas impresiones, el pueblo comienza á readquirir su aspecto normal. Se marchan los peregrinos de Salamanca en el tren. Por la puerta del Río salen pelotones de romeros á caballo, con el párroco á la cabeza, comentando las agudezas del predicador, la bestialidad de las cucañas y el lujo de los estandartes que han salido en la procesión. Son el ejército aldeano que luchará con las ciudades, que acapara sus granos y sus réditos y sus quehaceres. Piensan, acaso, en el prisionero del Vaticano, que no es tal prisionero; meditan, tal vez, en signos exteriores de la piedad que no son la piedad. ¡Pero no importa!
Allá van á caballo, junto al Tormes, que canta bajito su canción de paz, deleitándose en la vega que alumbra tibiamente una luna deforme, oyendo el trotar de los caballejos contra los chinarros de los caminos vecinales y paladeando, á su modo, la majestad de una noche fría y traidora que hace añorar con vehemencia, con ansiedad, los cuidados caseros.
Y yo torno á mi pueblo. El torreón del homenaje proyecta su sombra chata sobre la aceña del puente, donde brilla el río. La procesión de álamos cabecea tristemente el vaivén del viento. Las piedras blancas de la Basílica rompen la monotonía del color pizarroso, uniforme y venerable de las casucas. Llega un rumor profano de la plaza Mayor; es el eco del tamboril que golpetea y el lamento chillón de la dulzaina que grita.
Y luego, dominándolo todo, apagándolo todo, la campana de los Carmelitas, que es pura y vibrante, dice con donaire su oración de la noche y su timidez contrasta con la procacidad del tamboril que danza y de la dulzaina que chilla.
Y vuelve á mi espíritu el recuerdo de Leopardí, de mi amigo mejor, de mi confidente, de mi hermano en estas soledades y en estas noches frías.
Y como él, por la noche, cuando oigo cómo va muriendo por los senderos algún cantar melancólico, que se va perdiendo despacio, despacio, siento la angustia del vacío y me doy cata de que ya no tienen encanto estos días de fiesta que concluyen, que mueren, que desaparecen para siempre en la marcha tácita del tiempo.»
Empiezo el día disfrutando con esta lectura.
ResponderEliminar¡Qué brillante Sánchez Rojas! Con su sensibilidad y su palabra precisa es como un mago capaz de hacernos sentir y vivir otros tiempos pasados en la historia de Alba.
Los abuelos recuerdan cómo eran las cosas y me cuentan ...al final me quedo con la duda ¿disfrutaban más que nosotros?
Buenas noches, Gerardo Nieto:
ResponderEliminarRecuerdo haber leído este precioso artículo.
José Sánchez Rojas, cuánta poesía en sus escritos.
Enlazo El infinito – Canto XII . Estaba segura de su admiración por Leopardi.
Saludos.
Buenos días, Gelu:
EliminarMuchas gracias por su aportación.