PATROCINIO RUEDA SARDINA (1870 – 1945)
El
señor Patro Rueda, junto a otro señor Patro, “El de la luz”, fue muy popular en
Alba. Fue mi abuelo materno. El único abuelo que conocí. En mi opinión fue un
bohemio con ribetes de romanticismo. Tuvo varios oficios: Sastre, conserje del
Casino, interventor del Banco del Oeste de España, siendo director Don
Francisco Sánchez Bordona, recaudador del impuesto sobre el consumo, empresario
taurino, y un buen “escribiente” en el Registro de la Propiedad. –“Aquí hay
muchos escritos de tu abuelo”– me dijo el señor Canete, Oficial Mayor de dicha
oficina.
Fue
gran aficionado a los toros, y amigo del vizconde de Garcigrande, que tuvo una
ganadería de bravo, y de don Emilio Clavijo, dueño de otra ganadería de toros
bravos, los cuales pastaban en su finca de Revilla, cercana a Martinamor, el
pueblo que vio nacer en una feria de Alba al cantante Farina, y a Encinas de
Arriba.
De
él aprendí muchas cosas, y todas buenas. Recuerdo un consejo que no he
olvidado: “No vayas nunca a la calle sin llevar al menos un duro en el bolsillo”. Tampoco olvidaré
el siguiente refrán que oí de él: “Desde los tiempos de Adán, unos calientan el
horno y otros se comen el pan”.
Todos
los años nos regalaba a mi hermana Mary Paz y a mí un corderillo al que
llevábamos a pasear hasta la Fuente del Santo, un manantial, hoy dentro de una
finca particular, sito en el viejo camino de Amatos.
Todos
los años, también, me llevaba, en la feria de Salamanca, a una de las cuatro
corridas que se celebraban: Los días 12, 13, 14 y 21. Ese día sorteaban un
“toro de oro” o 5.000 pesetas, a elegir. Un año le tocó a un albense, cuyo
nombre no doy porque no me acuerdo. Si del apodo con que se conocía a toda la
familia, no sea que les pareciera mal.
También
me llevaba al “Empastre” y al Desenjaule de los toros que se iban a lidiar. Eso
tenía lugar el ocho de septiembre, día –que si no recuerdo mal– comienza la
feria de Salamanca.
Con
mucha frecuencia nos llevaba a mi hermana y a mí a dar un paseo hasta una
huerta que compró a un tal Pepe el Cabrero, sita entre una propiedad de la
familia Perlines y otra que fuera propiedad del médico don Luis Acevedo. Mi
hermana llevaba una cestita de mimbre de color rojo en donde guardaba las moras
que íbamos recogiendo.
Antes
he dicho que era mi abuelo muy aficionado a los toros y que me llevaba con él a
una corrida. También me parece recordar, en una nebulosa, que me llevó alguna
vez a presenciar los tentaderos en Revilla.
En
mi poder tengo el programa de una corrida celebrada en Alba el 22 de octubre de
1932 en cuyo reverso dejó escrito, de su puño y letra, lo siguiente: “Primera
corrida que presenció mi nieto José Sánchez Rueda. Alba 1932. A los dos años de
edad.
Era
poseedor de una biblioteca no muy extensa en cantidad, pero si en calidad. Allí
leí, siendo aún un niño “Nuestra Señora de París”, “Los miserables”, “El conde
de Montecristo”, “Los tres mosqueteros”, “Rocambole”, “Raflles el elegante”,
“Del sentimiento trágico de la vida”, “Recuerdos de niñez y mocedad” (Unamuno),
“Tratado de la perfecta casada” , “Los galeotes”, “Don Juan Tenorio”, y alguna
de las obras de José Sánchez Rojas, amigo de mi familia.
Fue
mi abuelo un hombre de buen carácter, con un dejo de tristeza. No me extrañaba.
Su único hijo varón, Antonio, murió en la Batalla del Jarama en febrero de
1937. Conservo la medalla que se entregaba a los familiares del fallecido, en
cuyo reverso está grabada la fecha del fallecimiento. En el anverso hay
dibujada una torre rodeada con esta inscripción: “Sufrimiento por la Patria”.
Ahora
vamos con una anécdota. Fue en los tiempos en que llevaba en arrendamiento el
impuesto de consumos. Para vigilar por la noche solía darse un paseo por las afueras
de Alba. Una noche, paseando cerca del cementerio, comenzó a llover. Para
resguardarse de la lluvia se refugió en la puerta, que entonces era de madera.
Encendió un cigarrillo y esperó a que cesara la lluvia. De repente sintió que
daban unos golpes que procedían de dentro del cementerio. Mi abuelo, que de
miedoso no tenía nada, acabó el cigarro y se fue a casa. A la mañana siguiente
preguntó al sepulturero la causa de aquellos golpes. Era de una cabra que por la
noche soltaba en el camposanto. ¿No te dio miedo? – le dije. Y él me contesto:
“A los muertos no hay que temerlos, es a los vivos a quien hay que temer”.
Mi
abuelo murió en marzo de 1945, después de una larga enfermedad que le dejó las
piernas inmóviles y que le producía fuertes dolores. Mi madre, todo abnegación,
le atendió con entereza. Fue una época difícil. Entonces no se llevaban, como
ahora, las sillas de ruedas y era grande el esfuerzo de ella para llevarlo de
la cama a una mesa camilla donde pasaba las horas. ¡Dicen del sexo débil! De eso
nada. Las mujeres tienen un espíritu de sacrificio del que carecemos los
hombres. ¡Si nosotros tuviéramos que dar a luz, el mundo se quedaría vacío! Él
llevó la enfermedad con resignación. A veces se ponía a canturrear alguna
canción, siendo una de sus preferidas aquel famoso tango de Carlos Gardel que
empezaba así. “Todo está en silenció, la noche está en calma, el músculo
duerme, la ambición descansa”.
Todo
cuanto estoy diciendo ocurrió en aquellos años confusos de la Guerra Civil y
postguerra, en que vivir tranquilo era difícil: Hambre, cartillas de
racionamiento… En mi familia fuimos tirando gracias a mi padre, a quien no le
faltaba trabajo en su carpintería, pero hubo gente que las pasó canutas.
Acabada la guerra “incivil” –dijo Unamuno– empezó la Segunda Guerra Mundial por
culpa de aquel loco llamado Hitler, y las cosas siguieron poco bien.
Un
día que hablábamos de la guerra, le leí unos versos que venían en los libros de
bachillerato. No recuerdo al autor, si a los versos:
“Con
esta ametralladora,
dice
el sabio Sisebuto,
mil
disparos por minuto
y
sesenta mil por hora.
¿Qué
gloria será la mía
si
esta máquina potente
llega
a matar buenamente
un
millón de horas al día?
Proclamarán
su bondad
en
las más remotas tierras
y
así acabarán las guerras
y
también la humanidad”
Mi abuelo asintió.
Y
esto es todo. Con este trabajo añado una semblanza más a “Aquellos albenses de entonces”.
José
Sánchez Rueda
Almería, Octubre de 2016
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Desde hoy actualizamos, con esta nueva semblanza, el libro de este mismo autor alojado en nuestra Biblioteca digital.
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