(Edición: Pedro Regalado)
DESDE EL SEPTENTRIÓN A PONIENTE
José Luis Miñambres
Quedan perfiles orográficos tendidos en la lejanía, mirando casi a septentrión, en lontananza: los delicados picos de la ermita de la Virgen del Otero, precediendo a la Mesa de Carpio. Alba y su riqueza ornamental parecen habernos abandonado, ahondando en la soledad del caminante por estos anchos páramos, documento de leyendas de Bernardo del Carpio. En el vértice inferior del ángulo paisajístico de la foto, se yergue la aceña de los Moros que, con sus muros, casi cierra el río cuyas aguas se orientan al Norte, cruzando Peñalevanto, fuente de tantos recuerdos infantiles en la ribera y los huertos familiares de Amatos.
Lejos, casi en el horizonte, los delicados muros de la ermita de la Virgen del Otero se agigantan en su lirismo, en los sueños rotos, en ruinas casi imperceptibles, que valen para el sueño. Porque los albenses sueñan con la Virgen del Otero. Creen ignorarla, pero en el fondo de su corazón abrigan la esperanza de saludarla cada año. De rezarle sus plegarias agrestes, perdidas entre las peñas y el tomillo que cubren estos ribazos milenarios. Por ello, sus oraciones son viejos sueños criados en aquel torvo paisaje, suavizados con su presencia herbácea. Y, una vez más, con los sueños del aire. Del aire del septentrión seguramente.
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