(Foto Cojo)
DON MIGUEL, BARRIENDO CON INFANTIL AYUDA LA PUERTA DE LA IGLESIA
José Luis Miñambres
Nunca fue la Iglesia de San Pedro un referente artístico en los últimos años en las calles albenses. Si acaso, una protuberancia vertical surgida del fuego de otros siglos. Su rojizo tejado, su emplazamiento, protegía la fonda aledaña del señor Liberto. A la sombra lejana del castillo y, superando la altura del Torreón…la iglesia exhibía para nosotros los niños, sólo la crudeza desnuda de la imagen del Crucificado: Un Cristo crucificado, con hechuras casi humanas, traído nos decían del monasterio de San Jerónimo. Todo ello eran, en el fondo, los restos del terrible incendio de 1512. Por eso, la piedra recibió la ofensa del color y las hechuras del ladrillo. Una prueba más de la devoción humilde de los albenses.
Y tal vez por ello, Don Miguel, en actividad religiosa y humilde, barría la puerta de San Pedro con la ayuda de los monaguillos en el umbral. Le ayudan los monaguillos, pero no se ve al coadjutor de Amatos, posible especializado ayudante en semejantes tareas religiosas. Seguramente, Don Miguel se ha quitado la dulleta, prenda clerical diaria en tiempos de frío, y escobas, presurosas, dejaban limpia la entrada del templo.
No sabemos en qué tiempo ocurre el efecto escobar. Tal vez, entre tanto, las golondrinas cantan en el convento próximo de las Monjas…tan próximas, ¡ay! y, al tiempo, tan lejanas.
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