martes, 31 de diciembre de 2024

93 aniversario de la muerte de Sánchez Rojas

A LA MEMORIA DE SÁNCHEZ ROJAS

Antonio Álamo Salazar

     Ella tiene su nombre; nombre muy femenino, porque ella es muy señora..., nombre de amaneceres, quebrándose en escarchas, en armiños, en cosas blancas..., se llama Alba. Alba, con el patronímico de un río lírico, del “rio de los poetas”, el Tormes. Y los dos rebuscaron en las brisas el gesto nobiliario de un “de” rancio y señero: y así, se llama ALBA DE TORMES.
     Tendida en la geografía salmantina, Alba de Tormes, parada y peregrina, extática y andariega, se forja con meditación y se alimenta con inquietudes...; para las meditaciones, los campos de la vera del río, son su mejor breviario, con salmos esmeraldinos en invierno y en verano...; para las inquietudes y el peregrinaje, tiene un bordón de piedra, vertical y enhiesto, clavado en roca para no inclinarse..., es el torreón de una muralla que fue cilicio en otros tiempos mejores, que pasaron.
     Ella, Alba, había tenido un hijo…, y él era cantor; con los ojos vivos, muy abiertos, como si por ellos quisiera escaparse un torrente de vibrante poesía; se llamaba José... ¡José Sánchez Rojas! Aprendió a cantar con las gasas inquietas de unas pesqueras espumosas, y supo de los reposos meditacionales, porque la umbría de un templo carmelitano era propicia a las quietudes del espíritu, frente a unos barrotes de sepulcro paradójico (“muerte de la mida”) y de un corazón quebrado con fuegos divinales.
     Así, Sánchez Rojas aprendió a reír y a meditar..., aprendió a saber ser poeta; y se lanzó a cantar, haciéndose amigo de las alturas y de las oquedades, surcando –al trote matalón de su caballo invisible– los caminos de andadura bohemia. Se lanzó a cantar, y su canto era fulgente como el sol y nostálgico como la niebla..., porque él, el poeta, sabia de luces y de claroscuros; por ello tiene el valor de un símbolo el título de aquellas sus intimas y doloridas confesiones en un añoso periódico local, en “El Tormes”; “Sol entre nieblas” era el título, y sol entre nieblas era la vida de aquel poeta hijo de una villa que es dama con belleza de alma y de cuerpo y de atuendos históricos.
     Pero un día de fin de año, Sánchez Rojas, el hijo de la dama, detuvo el trote matalón de su cabaldadura..., paróse en una llanura bucólica y doctoral, miró al cielo y sucumbió su cuerpo. Ya estaba muerto cuando se lo trajeron a su madre, aquella tarde de San Silvestre, en que Navales se endomingaba con empalagos de dulzaina pueblerina..: ¡Ya estaba muerto!, y Alba de Tormes, la madre, lloró lágrimas de bronce en su pañuelo negro del “reloj de la Plaza”. El mediodía del “Día del Niño” se vistió de romance a lo García Lorca, pero sin nardos ni flexibilidades, cuando lo llevaban, Condado adelante, camino del cementerio; y allí quedó su cuerpo, bajo una cruz y un sudario, con la escolta de una flor que no le deja; allí quedó su cuerpo..., pero el espíritu volvió a cabalgar por las andaduras bohemias, como una ráfaga de ultratumba que quisiera eternizar el sol entre nieblas de su peregrinaje terrenal.
     Todos los 31 de diciembre, cuando los adoradores del Cristo-Pan, funden sus rostros con la madera de “San Juan”, a golpe de badajada, que es incisión metálica en dos años pegados..., a las doce de la noche..., Alba, la madre que se quedó sin hijo, se estremece de recuerdos y llora estrellas en el espejo del Tormes, porque una vez más, después de otro año, pasa vertiginosa, los ojos vivos, muy abiertos para que salgan rimas, la figura inmortal de Sánchez Rojas..., pasa, melancólica y fugaz, la sombra de aquel hijo.

El Adelanto, 31-12-1949

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