viernes, 28 de febrero de 2025

sábado, 15 de febrero de 2025

El castillo de Alba de Tormes, por Leopoldo Torres Balbás

Leopoldo Torres Balbás (1888 – 1960). Reputado arqueólogo, arquitecto y restaurador español que desarrolló una importante actividad en los monumentos más emblemáticos de Granada, ocupando el puesto de arquitecto restaurador de la Alhambra entre 1923 y 1936.
Fue miembro de la Real Academia de la Historia, académico de honor de la de Bellas Artes de San Telmo de Málaga, correspondiente de la de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, numerario de la de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada y miembro correspondiente de la Hispanic Society of América de Nueva York y de la Academia Argentina de la Historia.
De sus numerosos viajes por España nos resulta de especial interés el que realizó a Alba de Tormes para estudiar los restos de su castillo. El resultado de cuanto allí pudo observar fue publicado –junto a otros estudios– en noviembre de 1920 en la revista Arquitectura bajo el título «Rincones inéditos de antigua arquitectura española» que más adelante extractamos.
El archivo del Patronato de la Alhambra y Generalife conserva una fotografía –que mostramos a continuación– que identifica como Interior de las ruinas del castillo de Alba de Tormes, con un hombre posando, posiblemente Torres Balbás, algo que nos parece incompatible con el estado de conservación del castillo en la fecha de la visita de Torres Balbás a nuestra localidad que, aunque desconocemos, situamos ya iniciado el siglo XX, por lo que podría darse la circunstancia –que no nos atrevemos a asegurar– de que en realidad se corresponda con la que en el artículo se afirma que fue tomada por Charles Clifford en 1853.

 

EL CASTILLO DE ALBA DE TORMES (SALAMANCA)

Domina a Alba de Tormes un alto torreón Cilíndrico abandonado, único resto del palacio-fortaleza de los duques de Alba, mansión magnífica desaparecida al igual de tantas otras durante el siglo XIX. Álzase hoy el torreón en un vasto solar yermo, sin vegetación alguna, en el cual yacen enterrados los escombros del palacio, entre montones de cascajo, trozos de azulejos toledanos, algún cimiento y el brocal del pozo que había en medio del patio. Antes hubo aquí suntuosas construcciones y espléndidos jardines.

La vista desde el altozano es bellísima. Divísase al pie el ancho y sinuoso curso del Tormes y las dehesas de fresca hierba que bordean sus orillas; en el fondo, cierran el horizonte por el Sur y el Poniente las sierras nevadas de Gredos, Ávila y la Peña de Francia. Al pie del palacio, a mediodía, hubo un paseo llamado del Terrero, desde el cual contemplábase este suave paisaje salmantino.

«Me parece –dice Ponz– que tenían buen gusto los antiguos señores de este territorio de vivir en la referida habitación; porque, ciertamente, es muy apreciable, atendiendo al sitio elevado que domina la vega por donde corre el inmediato Tormes hacia Salamanca. Es también prueba del gusto que tuvieron en las Artes por lo que aquí hicieron, y en el célebre sitio de la Abadía, cerca de Baños, no muy distante de éste.»

El agrietado torreón cilíndrico «sobresalía del palacio hacia Oriente; es redondo, pero hubo necesidad, para fortalecerle, de adherirle recios espolones, y además se le arrima una escalera del siglo XVI, hoy destrozada. Su diámetro interior es de 11 metros; constaba de un piso bajo de gran altura, con techo de madera que no existe; otro encima que era la sala de la armería, con su cúpula, y toda ella pintada al fresco; y más arriba otros dos pisos, hoya la intemperie, de los que el último formaba cuerpo reentrante por adelgazar mucho las paredes. Su construcción parece del siglo XV, de mampostería, con grandes cornisas de modillones y un arco apuntado en lo bajo» (1). Hoy es albergue de centenares de palomas.

«En el fuero de la villa (1140) se nombra al alcázar, aludiendo al señorío de aquélla, que era de potestad real, y en 1215 se concedieron a la catedral de Salamanca «las aceñas del palacio, cerca del castillo que se llama alcázar» (Dorado, página 159). Alfonso X lo dio a su tercer hijo, D. Pedro; a principios del siglo XIV pertenecía al Infante de la Cerda; pero Fernando IV se cobró en 1312 la villa, después de haberla cercado y batido con ingenios, lo que prueba que ya tenía murallas, si no es que se refiere tan sólo al alcázar. Bajo Enrique II pasó a los Infantes de Portugal, como dote de D.ª Constanza, hija de ese Rey; luego a los Infantes de Aragón, hasta que al confiscarles los bienes en 1429, tocó a D. Gutierre Gómez de Toledo, obispo de Palencia, y más adelante arzobispo de Sevilla y Toledo» (2).

El año 1445, el arzobispo D. Gutierre Gómez de Toledo otorga público instrumento en 17 de julio, en el que habla del hospital que había «fundado cerca del castillo nuevo que había mandado fazer en la villa de Alba». En ese año pasó este, por testamento del citado arzobispo, a poder de su sobrino D. Fernando Álvarez de Toledo, primer conde de Alba, y desde entonces siguió en poder de esta casa, ducal poco más tarde por merced de Enrique IV. En 1486 recibe D. García Álvarez de Toledo en el palacio al Rey Católico; en él habita más tarde D. Fernando de Toledo, el Gran Duque, generalísimo de Carlos V y brazo derecho de Felipe II. Calderón de la Barca, desterrado en esta villa a la caída del Conde Duque, hospedóse en el palacio a mediados del siglo XVII, escribiendo en él varias comedias. A fines del XVIII lo describe D. Antonio Ponz en su Viaje de España, encontrándolo íntegro. En 1813, al marcharse los franceses pegan fuego al castillo. Quedó desde entonces desmantelado; conservábanse aún importantes restos en la primera mitad del siglo XIX, cuando los dibujaron Pérez Villamil (3) y Carderera (4); algo más tarde, en 1867, en el mapa de Coello pudo trazarse aún parte de su planta y los seis cubos que lo circuían. Al visitarlo por los mismos años Quadrado, la destrucción estaba mucho más avanzada. Hoy ya hemos dicho lo que queda; restos insignificantes de un palacio magnífico, solar de una de las más ilustres casas españolas. «Fragmentos y despojos de tan magnífico palacio han pasado a decorar algunas casas de la villa y, sobre todo, un jardín, llamado el Casino; pero todo lo más precioso ha desaparecido, cual los bustos hechos en bronce por León Leoni (Vasari, Ponz) entre 1554 y 1556, representando al Gran Duque, a Carlos V y a Felipe II; el de Mauricio de Sajonia, en mármol, y otros dos del Duque, uno de ellos dedicado, por un Lungelinus desconocido, en 1571.

En un portal de la plaza se hallan varias de las columnas bajas del patio, con breves pedestales y graciosos capiteles itálicos de la primera mitad del siglo XVI; a sus arcos corresponderán, quizás, las ricas dovelas dispersas por el Casino, llenas de tallas en piedra franca, finamente labradas, y de su crestería serán los trozos góticos, de un metro de alto, que allá mismo se conservan. La portada habrá dejado quizás despojos en varias pilastras semicorintias, llenas de adornos platerescos de lo más primitivo, dos salvajes con escudo y maza entre follaje gótico, dos parejas de ángeles volando, de estilo flamenco, que tienen el escudo de armas de los Duques, un pináculo, de estilo flamenco, que tienen el escudo de armas de los Duques, un pináculo y otros fragmentos, todo ello en el Casino.

De la espaciosa galería que se alzaba al sur del palacio, y que reproduce el dibujo de Villamil, quedan en el Casino algunas basas, fustes y capiteles corintios de unas seis columnas, parte de las arquivoltas adornadas con florones, y cinco de sus enjutas con bustos dentro de círculos por ambas caras, todo ello labrado en mármol blanco de Carrara. Los capiteles son de óptimo cincel, y las medallas, cuyo diámetro es de 0,58 metros, revelan también un artista diestro y representan cabezas de emperadores romanos puestas de perfil. Acaso pudo ser esto el encargo que el Duque de Alba tenía hecho a Gian Giacomo della Porta y a Nicolás de Corte, hacia el año 1536 (Justi). Es bueno e italiano también un fragmento de pasamanos en mármol, con adornos, parte de balaustre y remate en forma de leoncillo, teniendo el escudo de los Toledo» (5).

«¡Qué poco se hace ahora de esto, y quán poco nos cuidamos de dexar tan dignas memorias a los venideros! –exclama Ponz–. Si es humildad, no le tiene ninguna cuenta al exercicio de las nobles Artes.»

Uníanse las murallas del palacio con las de la villa que bajaban hacia el río y de las cuales tan sólo queda un torreón cercano al Tormes. Ha desaparecido por completo la antigua parroquia de San Andrés y Santa María, cuyos restos alcanzó a ver Quadrado. Uníase al palacio por un arco, paso de los duques para el templo.

Desde el menguado resto del magnífico palacio ducal contémplase en bajo un caserón modesto, casi desnudo de galas arquitectónicas. En él entregó su alma a Dios, el día 4 de octubre de 1582, una mujer de espíritu ardiente y batallador, gloria de las más altas de Castilla: la Madre Teresa de Jesús.

Las páginas dedicadas por D. Antonio Ponz  (6) al palacio, dicen así:
«Al lado del mediodía de la villa está situado el castillo y palacio del excelentísimo duque de Alba, incluida la habitación dentro del mismo castillo, y pocos se mantienen tan bien conservados, atendiendo a su antigüedad. En el patio principal hay galería alta y baxa, con catorce arcos en cada una, y columnas caprichosas en la alta, figurando como cuerdas retorcidas, entre istrias espirales desde la base al capitel. Las columnas de la galería baxa son regulares, pero con capiteles también caprichosos; a este modo es el trepado de la coronación, el antepecho, los arcos de la escalera, el pasamano hasta la galería alta, etc. La portada del palacio tiene también infinitas de estas labores, con similitud a las de la portada principal de la Universidad de Salamanca, de la qual di noticia a usted.
Se entra en una pequeña galería, correspondiente a un balcón de dicha portada, y se ve adornada con pinturas de animalillos; medallas y lo demás que llaman de grotesco; desde esta pieza hay comunicación a otra redonda, en el hueco de una de las torres de la portada, especie de gabinete o tocador, toda pintada a fresco como la antecedente y del mismo género de ornatos, con su cupulilla dorada. El autor de estas obras parece que fue un Thomas de Florencia, según un letrero que hay en la pieza anterior, y dice: Ilustrissimæ Mariæ, Ferdinandi Ducis, conjugi cariss, et Comitis. Albæ listicæ filiæ felicissimæ. Thomas Florintinus hos labores C. et D. No tengo presente si se llamó Thomas alguno de los hijos de Bergamasco, Fabricio y Graneli, que pintaron las bóvedas de la sacristía y capítulos del Escorial, conforme a las quales pinturas son éstas que he referido a usted.
Hay porción de quadros repartidos en las piezas de este palacio, que están bastante deteriorados: son de estilo flamenco, y juzgo que de Martín de Vos o de su escuela. Parecen invenciones para pintar por ellas alguna bóveda; el mayor representa un congreso de los dioses, y en los otros variedad de figuras y adornos. Del mismo estilo son otra porción de quadros de la historia de Moysés, y doce que en figuras alegóricas expresan los meses del año. Las techumbres de algunas de estas piezas merecen observarse por sus labores.
También es cosa digna de verse de armería, así por sus armas y armaduras, como por las pinturas que adornan las paredes, executadas por los mencionados Fabricio y Graneli. Se representan tres batallas, en que fué general y vencedor el gran duque de Alba D. Fernando Alvarez de Toledo: una de ellas es en la que quedó prisionero el duque Mauricio de Saxonia, de quien se guarda allí mismo un busto de mármol.
Se sale a una espaciosa galería al mediodía de este palacio, adornada de seis columnas de mármol y medallas con cabezas de la misma materia en las enjutas. Dentro la galería se ven algunos bustos de bronce sobre pedestales, y se lee debaxo del primero: Fer. Dux Albæ. En el segundo: Phi. Rex Angliæ, etc. El tercero: Imp. Caes. Car. V. Aug. En otro se lee: Ferdin. Albæ Dux; y más abaxo, Lungelinus optimo Duci 1571. Este Lungelino probablemente sería el artífice del busto, que es excelente, como los otros referidos, o tal vez alguna otra persona que lo mandaría hacer para obsequiar al duque. También hay allí otro busto de mármol de dicho señor.»

Quadrado vió (7) «de las construcciones del palacio unas paredes de ladrillo, y del castillo primitivo los fuertes muros que trazaban su cuadro, y alguno de los seis cubos que lo flanqueaban, unos y otros ceñidos de matacanes. Ruedan por el patio bases de columnas, delinea su arco apuntado una que otra ventana; pero de la magnificencia de las habitaciones no hay más vestigio que los frescos de batallas pintados alrededor de una pieza circular, y su bóveda, cubierta de grandes figuras mitológicas, diosas, ninfas, amores, guerreros y cíclopes forjando una armadura. Encierra a dicho gabinete la torre del homenaje, cuya redondez asoma sobre los ángulos salientes o estribos que la revisten, y domina las imponentes ruinas plantadas sobre la vega y el río a manera de faro en una costa solitaria».
Descripciones y dibujos muestran una obra del segundo tercio del siglo XVI (8).

Leopoldo Torres Balbás

Revista Arquitectura
Núm. 31. Noviembre de 1920



(1) Manuel Gómez Moreno, Catálogo monumental (inédito) de la provincia de Salamanca.
(2) Manuel Gómez Moreno, op. cit.
(3) España artística y monumental, París.
(4) Acuarela conservada en el palacio de Villahermosa.
(5) Manuel Gómez Moreno, op. cit.
(6) Viaje de España, tomo XII, Madrid, MDCCLXXXlll.
(7) José María Quadrado, Recuerdos y bellezas de España: Salamanca, Ávila y Segovia, 1865
(8) Reprodújose el dibujo de Villamil, convertido en grabado en madera y acompañado de parte de la descripción de Ponz, en la obra Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica, por los más distinguidos escritores nacionales, bajo la dirección de D. José Bisso, Madrid, 1874. Existe una fotografía de las ruinas del Palacio, hecha en 1853 por Clifford.